Una noche de los 90, en la trastienda del Club de Cine que dirigía Octavio Fabiano, presencié los disparates de un viejo regordete, pelado, de barba sin perilla, que tiempo después supe que era Víctor Iturralde (1927 - 2004) , animador y anarquista, entre otros títulos de nobleza infinita que poseía. Como un sideshow improvisado, el tipo en cuestión ametrallaba con un humor de pura cepa keatoneana: mantenía el gesto neutro durante las extravagancias que suscitaba con sus dires y diretes (en dúo con Fabiano la cosa se potenciaba extraordinariamente); era algo así como Papá Noel en LSD. Iturralde, también lo sabría tiempo después, cultivó un cine sin cámara y creó animaciones de una gracia total como Hic...! o una publicidad de caramelos Sugus. Como aquel discurso de El ciudadano, ese donde Bernstein confiesa que nunca pudo borrar la imagen de una mujer de blanco que vio fugazmente una sola vez en su vida, yo tampoco puedo olvidar el brillo hermosamente libertino de la mirada de Víctor Iturralde: una luz para la que no se inventó ninguna cámara mejor que la de nuestra memoria.
Publicado en El Amante N° 175.
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