domingo, 19 de junio de 2011

Tacones cercanos



Dento del ciclo de Cine y diversidad sexual que programé este mes en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), hoy, a las 21:30, se exhibe la película Outrageous! (1977) de Richard Benner, que no se estrenó comercialmente en Argentina en su momento, pero que es un clásico de culto por las performances antológicas del transformista Craig Russell, uno de los máximos female impersonators, que descolla en las pieles de Bette Davis, Barbra Streisand, Judy Garland y Mae West, entre otras. Cuando Outrageous! se proyectó en el Malba el verano pasado, escribí una nota en el suplemento Soy. Abajo posteo la primera parte.

Hay un tipo específico de drag queen, cada vez más infrecuente o cada vez más nostálgica, que arrebata su potencia mujeril a las divas de la pantalla grande, tratando de apropiarse del glamour que Hollywood lustró con esmero desmedido. A esas drag queens Andy Warhol las llamaba “archivos ambulantes de la feminidad ideal de las estrellas de cine”, y se las distingue porque son como posters de películas en tres dimensiones, imágenes vivas de las estampas del divismo clásico, de Marlene Dietrich a Liza Minnelli. La superestrella warholiana Holly Woodlawn, por ejemplo, es una de esas drags que tomaron como iconos a Lana Turner y Hedy Lamarr para terminar convertida ella misma en otro icono, por su devastadora capacidad performática. “Me llevó veinte años superar el hecho de ser bautizada ‘drag queen’. Ahora es un honor, pero tuvimos que luchar por ese honor”, confesó Woodlawn, a quien ese rótulo, antes de ser aceptado como título nobiliario de la mariconería, le pesaba casi como un insulto, como una manera irónicamente despectiva de referirse a su libertad para construir un género casi fantástico, basado en clonar maneras cinematográficamente ficcionales para volverlas reales. “Ponete un par de tacos altos; intentalo. Te vuela la cabeza hasta cualquier parte”, proponía Woodlawn, dejando claro que ser drag queen es una cuestión que va de los pies a la cabeza, y que “caminar por el lado salvaje” es un viaje íntegro, físico y mental, que nos eleva, al menos, algunos centímetros del piso. Para cuando Lou Reed le dedicó a Woodlawn su canción “Walk on the Wild Side” del disco Transformer, en Canadá, Craig Russell ya había decidido subirse a los mismos tacos que te hacen volar más allá del arco iris. Y a él también le gustaba Lana Turner.
La nota completa está por acá.

miércoles, 15 de junio de 2011

Peinado alto modernismo


"En 1951, Jorge Luis Borges dijo que 'cada escritor crea sus propios precursores'. Lo mismo puede aplicarse a los hacedores de imágenes. Tras La novia de Frankenstein, tras la aparición de la eléctrica Elsa Lanchester con su cabellera torrencial y escandalosa, que se entrega (o no quiere entregarse) al heredero de Adán, la Novia pertenece a un grupo de novias -del cine, de la pintura, de la fotografía y del arte de la instalación- que, sorprendidas en su propia luz, vuelven a reflejar algunas de sus aterradoras facetas." Así empieza el capítulo noveno del ensayo que Alberto Manguel escribió sobre La novia de Frankenstein (1935) de James Whale. Hace cinco años publiqué un texto de ese libro de Manguel en la revista El Amante, hoy lo reescribiría, pero copio abajo un fragmento tal cual fue publicado originalmente. A qué viene esta evocación de Lanchester y sus pelos, que mañana, en el ciclo de cine de Diversidad sexual del Malba se pasa la película de Whale.

La novia de Frankenstein
de Alberto Manguel
Editorial Gedisa, Barcelona, 2005.

A pesar de que su desarraigo inquieto lo hace ser un viajero incansable por libros y países de índole diversa, incluso imaginarios, Manguel es argentino y tuvo su educación sentimental al ser uno de los elegidos para leerle al Borges infortunado por la ceguera. Esta situación parece más bien fundacional de la sensibilidad de Manguel, a tal punto que le dedica varias páginas en su erudita Historia de la lectura y un libro pequeño llamado Con Borges. Aunque parezca difícil, los rastros borgeanos también existen en este libro sobre La novia de Frankenstein: hay citas a G. K. Cherteston, Goethe, Milton y Thomas de Quincey, algunos de los escritores más frecuentados y discutidos por Borges. Pero esta relación entre los escritores no se queda en el hecho de compartir un campo de referencias común, va más allá gracias a una destreza solapada de Manguel. En una estrategia borgeana en extremo, Manguel se convierte en el Pierre Menard del libro Nueve ensayos dantescos de 1982. Aunque no hay citas directas, Alberto Manguel reescribe la estructura de ese libro de Borges y su espíritu general (de hecho el libro de Manguel se divide “caprichosamente” en nueve capítulos y utiliza mucho de la lógica de la lectura borgeana sobre la obra de Dante). Y esto no parece ser nada inconsciente: en una entrevista Manguel había confesado querer ser autor de aquel libro de ensayos de Borges.
En el último capítulo de La novia de Frankenstein está la única mención explícita a Borges del libro, en una cita al ensayo sobre Kafka de Otras inquisiciones. Curiosamente, esa cita, que hace alusión a que un escritor “crea sus propios precursores”, también podría ser extraída del libro dantesco: “Indagar sus precursores no es incurrir en una miserable tarea de carácter jurídico o policial; es indagar los movimientos, los tanteos, las aventuras, las vislumbres y premoniciones del espíritu humano.” Pero lo más notable, el juego indagatorio que establece Manguel es considerablemente eficaz, valiente y paradójico como el que Borges establece con Kafka y Dante. Manguel vincula la sensibilidad camp de Whale con el alto modernismo, perfilando como precursores de la estética de La novia de Frankenstein (a partir de esa imagen pregnante de Elsa Lanchester en eléctrico peinado punk bicolor) a obras de Fritz Lang, Max Ernst, Man Ray y Marcel Duchamp. Poner un producto popular de Hollywood al mismo nivel de densidad conceptual y estética que los autores de vanguardia mencionados es algo que muy pocos ensayistas pueden hacer con tanta coherencia, se puede enumerar como antecedentes al Parker Tyler de Hollywood Hallucination y al J. Hoberman de ayer, de hoy y de siempre.
Pero lo más notable de este libro de Manguel, escrito en 1997, es que se convirtió en un verdadero precursor del fenómeno Whale que comenzaría un año después. En 1998, James Curtis publicó la ampliación de la (definitiva) biografía James Whale: A New World of Gods and Monsters, cuya primera versión de 1982 fue ampliada en más de doscientas páginas (el texto original de 267 páginas está citado por Manguel). A esto se suma que Dioses y monstruos (1998), dirigida por Bill Condon, fue estrenada el mismo año de la publicación del libro de Curtis. Esta película de Condon, basada en los últimos días de Whale antes de su oscuro suicidio, hizo visible y más popular algunos de los planteos del libro de Manguel y Curtis, llevándolos sabiamente a otra dimensión. Otra vez se confirma la idea borgeana: uno de los pasatiempos preferidos del futuro es inventar su propio pasado. El libro de Manguel es, entonces, un acto premonitorio que confirma la vanguardia del pensamiento.

viernes, 10 de junio de 2011

Insert Coin


Elvira se da una vuelta por un local de videojuegos, yira un rato entre las máquinas, los neones, los espejos, los clientes absortos que descargan su energía en botones y joysticks, concentrados frente a las pantallas titilantes. Todavía hoy esa secuencia de En un año de trece lunas (1978), de R. W. Fassbinder, conserva algo mágico, como un breve paseo encantado de cuento de hadas, aunque está filmada con ánimo realista, como una inmersión en la cultura gamer, floreciente a fines de los ’70. Elvira es trans y sobre su cuerpo parece reflejarse todo la potencia luminosa, tornasolada, que despide cada videojuego; tal vez sea Fassbinder el primero en pensar la tecnología de esas máquinas de video, de esos simuladores para jugarse el deseo de ser otro y otra, como posibilidad de proyección y construcción virtual de nuestros géneros. Es probable que esa secuencia flash sea la fecha secreta que inaugura una mutación pensada por el cine: el comienzo de una nueva tecnología audiovisual del cuerpo provocada por la expansiva cultura del videogame. Y si ése fue el inicio, la última y más desbordada expresión es Scott Pilgrim contra el mundo, una aventura cruzada, multipropósito, que se enchufa para cargar la batería de amor por el videogame, expandiendo todo lo posible eso de mutante que funda la adolescencia.

Un poco más sobre Scott Pilgrim en la nota de Soy que se abre acá.

sábado, 4 de junio de 2011

El deseo en el ojo propio



La fiesta ya empezó, pero a partir de mañana es salvaje: la maratón de cine y diversidad sexual en el Malba no sólo dura todo junio, sino también algunos días de julio, porque es mejor ir más allá del límite, de lo reglamentado, salirse de las casillas calendarias. Ni el tiempo es tirano, ni los años vienen solos, vienen acompañados de más libertades. Nos tomamos la licencia del descontrol, de mirar la historia del cine con ojos deseosos e ideas raras porque somos ídem. Revisar, agrupar, reformular, reprogramar: damos vueltas y vueltas, programados para que la homofilia permita el desencuadre como para abrir discusiones sobre pasado, presente y futuro de las representaciones del sentimiento de ser fantasmas cinematográficos diversos (y después hacer de eso una experiencia física u onírica o no). En fin, hacer lo que se nos canta, como en los musicales, que también hay para que tengan, bailen y repartan. Y aclaro: son más de cuarenta títulos (cortos incluidos) que pueden ver en detalle en la página del Malba, o bajarse el pdf con reseñas completas y separación en secciones (¿o sexiones?).

Abajo el texto introductorio que escribí para el programa, y en este link pueden leer las notas en el último suplemento Soy sobre algunas de las películas de este ciclo auspiciado por la Comunidad Homosexual Argentina. Pronto habrá más novedades.

El deseo cinematográfico todavía se sostiene a partir de una conexión íntima entre las películas y los ojos de espectadores que miran, desde las sombras de la sala, la luz de la pantalla para buscar distintas satisfacciones. Las imágenes mismas conjugan esa luz y esa sombra, como plano y contraplano enredados en cada encuadre, como reflejo del mundo en tránsito que titila múltiple alrededor. En el germen de la identidad del cine como espectáculo social y como estética, pareciera siempre estar acechando, latente, otra escena, un negativo que guarda otras caras dinámicas para revelar nuevas imágenes y sonidos. La posibilidad, entonces, de trazar una historia del cine y la diversidad sexual debería ir directo al corazón de las tinieblas del relato de esos deseos, de esas tensiones, de esa potencia de las identidades móviles entre las miradas y las películas. Eso sólo puede ser un recorrido que tenga cruces, zonas de tránsito, pero nunca paradas y menos puntos de llega; tendría que ser un “ciclo” de cine en un sentido pleno: que sea cíclico, que vuelva a empezar como rollos en loop que se van desgastando, dialogando, modificándose, renombrándose. Un viaje de bifurcaciones por centros y márgenes donde se vislumbre lo monstruoso y lo ordinario, lo cómico y lo solemne, lo camp y lo trágico, lo ridículo y lo correcto, lo mutante y lo estable de ser gay, lesbiana, travesti, transexual, trans, bisexual, intersex y/o indefinida e infinitamente queer. Este ciclo, entonces, buscó las puertas donde abrir las cerraduras más amplias para espiar nuestros deseos en acción. A veces se trata de reconocer el sentimiento diverso como idéntico, otras de verlo desde una perspectiva inédita, deforme, cambiada: no es sólo representar al mundo sexual sino también crearlo. Inventariar lo existente, inventar lo que no existe, aunque también cruzar esos dos carriles para precipitar universos intermedios, porque siempre hay rutas inexploradas para seguir planteando que la diferencia, como la diversidad, vibra y se fuga a veinticuatro cuadros por segundo. Y hay que tener los ojos deseantes para poder ver la estela de ese recorrido.