martes, 31 de julio de 2012

Reflejos en las hojas


En 2009 había escrito un texto breve para el diario del Festival de Cine de Mar del Plata (que copio abajo con alguna modificación) sobre la retrospectiva de cortos de Roman Polanski. Se me ocurrió partir de la navaja que inicia su obra, y que tiene continuidad en varias de sus películas, obviamente en el título de su primer largometraje y en imágenes muy populares como aquella de El bebé de Rosemary, cuando Mia Farrow empuña un cuchillo de cocina para recorrer su casa con sigilo. Esta semana, gracias a la Filmoteca en vivo, un ciclo dedicado a Polanski puede servir para revelar qué se refleja en esas hojas filosas que amenazan en varias de sus películas.

Polanski en corto
Un hombre duerme en una habitación mínima y gris cuando alguien irrumpe y lo apuñala hasta que la vida se le escapa del cuerpo para siempre. Nada más hay en Asesinato (1957), el corto inaugural con que Roman Polanski abre su mirada para marcar la frontera entre vida y muerte con el filo de la navaja, como un mamífero que marca territorio. Y en sólo dos minutos Polanski logra, sin proponérselo, una suerte de adaptación radical del relato Los asesinos de Ernest Hemingway. Pero sobre todo, como el tajo en el ojo de El perro andaluz o los cuchillazos a Marion Crane en la ducha de Psicosis, Polanski filma con la mirada exacta para que esa acción sea un evento cinematográfico; un instante perfectamente enigmático que despliega la extrañeza, el absurdo y la belleza de la violencia. Y en el filo de la modernidad cinematográfica, en víspera de los nuevos cines de los 60, Polanski reinventa el corto como lenguaje: los largos están para narrar y los cortos para gozar del cine en su estado más puro. Así, con su idea de corto-experiencia, con la búsqueda de visiones excéntricas, climáticas, de gestos esenciales que atraviesan estéticas diversas, Polanski hace que cada uno de sus siete cortos devuelva al cine su capacidad de crear pequeñas pesadillas por las que vale la pena dormir el sueño eterno en una butaca.

sábado, 28 de julio de 2012

Próxima entrega

Erotomanía asfixiada, claustrofóbica, suicida: la Italia de los 70 tenía para ofrecer especímenes de distinto tenor de shock pergeñados por Pier Paolo Pasolini, Marco Ferreri, Luchino Visconti y varios otros desconocidos de siempre. L'occhio dietro la parete (o La entrega en su título local) es una de las aberraciones que se cometieron por esos tiempos y tenía todo para triunfar: dos celebridades desnudas (la chica Bond Olga Bisera, el alto rubio John Phillip Law) y Fernando Rey desplegando toda la perversidad que había aprendido en la Academia de Artes y Oficios Herejes de Luis Buñuel. Lo del triunfo no sucedió, y eso permitió que descubriésemos recientemente esta coda excéntrica del italosoftcore macabro gracias a la copia en fílmico que exhibieron Fernando Martín Peña y Fabio Manes en la Filmoteca en vivo. En el suplemento Soy publiqué un texto sobre esta película, pero lo más importante es que se va a poder ver mañana domingo, en el BAZOFI, en una copia sin censura, con cada perversión y cada genital impreso sobre el celuloide.

jueves, 26 de julio de 2012

El anfibiógrafo

Branquias de tiburón, un doctor marxista, ascensores esféricos, falsas escamas resplandecientes, glam subacuático, pop soviético, carteles de neón de Nobleza Gaucha, gracia ondulante como de sirena y otros hipnóticos delirios visuales en El hombre anfibio (Chelovek-Anfibiya, Unión Soviética,1962) de Vladimir Cheblotaryoy y Gennadi Kazansky, película inagural del Bazofi d'hiver, el festival más importante del momento, con programación excéntrica y revolucionaria. Mi texto sobre El hombre anfibio pueden leerlo en Trauma cinéfilo, donde también respondí al cuestionario como crítico invitado. Eso y nos vemos en el Bazofi cualquiera de estos días.

martes, 24 de julio de 2012

Astronómico

Escribí una nota para el blog de Qubit.tv, sobre uno de los más hipnóticos y conmovedores musicales de rock: los ensayos y el recital donde Elvis Presley vuelve a cantar en vivo tras dedicarse trece años exclusivamente a grabar discos y actuar en películas de Hollywood. Mi fanatismo por esa película tiene más de una década y ya había quedado patente en una nota (que copio abajo) en la revista El Amante de mayo de 2003, cuando volví a ver la película en cine gracias a la exhibición en el Bafici. Recuerdo que arrastré mucha gente a aquella función y todo el mundo quedó desarmado tras ver al Rey en su máxima expresión pirotécnica.


Espiando a Dios
Algunos ensayos en los estudios MGM de Los Ángeles y tres shows de 1970 en el Hotel Internacional de Las Vegas realizados por Elvis Presley son la sustancia de este documental. Nada más y nada menos. Lo que podría ser el material pedestre para cualquier programa televisivo de rock es una experiencia fílmica que tiene la capacidad de impactar a cada instante. La razón principal es que el formato CinemaScope con su pantalla superancha funciona como una visión ideal que convierte al escenario del show en un amplio cielo que encandila. De esta manera la película toma algo del punto de vista del astrónomo, y su característico placer de mirar la magnificencia del firmamento nocturno y esa sensación de inmensidad que aplasta bien restituida por el CinemaScope. ¿Pero que otra cosa puede ser un documental sobre Elvis si no es una película galáctica? Sí, todo gira en torno al sistema solar Elvis, el Astro Rey. El director Denis Sanders no despega la cámara ni un momento de la elegancia movediza y luminosa de Elvis. (Me atrevo a afirmar que si el cine es el arte de registrar los movimientos de la luz, Elvis: that’s the way it is puede considerarse un documental sobre cine.) Elvis transpira, hace chistes malos, se ríe de si mismo, besa a decenas de fans y canta con la voz, el cuerpo y el alma unas veinte canciones perfectas. El ojo cósmico de Sanders logra exhibir cada detalle de los sutiles parpadeos de esa elegancia, ya sea al ritmo de "Love me Tender" o al de "In the Ghetto". En este sentido, el CinemaScope es también un acierto porque parece ser la única posibilidad de atrapar todo el lenguaje y la energía corporal de Elvis.
Confundido entre los espectadores del show se puede ver a un canoso Cary Grant, como si aceptara que su propia elegancia inagotable ya era un patrimonio heredado por el gran Elvis. En la acertada visión agigantada y resplandeciente del rey, Sanders parece proponer una certeza: Todo lo que brilla es Elvis.

miércoles, 18 de julio de 2012

3 tonos


Es probable que Motor Away de Guided By Voices sea una de las canciones ruteras más potentes que existen, dentro y fuera de la historia del rock, y que merezca al menos una película casera por persona, para registrar como mejor se escucha una canción fuera de un recital: yirando con destino borroso por autopistas con viento en contra y un stereo al taco para relampaguear el paisaje. Y si Robert Pollard y su Motor Away tenían un destino glorioso, Pablo Stoll se lo dio en Montevideo, donde el viento es ruido blanco con estirpe de huracán íntimo. 3 es la cuarta película de Stoll, pero también su segundo disco solista, porque sus dos últimas películas más que incluir canciones, hacen música, son una forma de covers, de reinterpretación de las canciones para disparar sus propias notas, al pie de cada sonido. Hiroshima (2009) era un musical mudo, género que tal vez Stoll haya creado, una de las obras más rupturistas del cine reciente que representaba mejor que nadie la actitud de escuchar música en la actualidad, aunque el protagonista usara un discman y Montevideo estuviese alucinado más desde la periferia que desde su modernidad. Aquella película se gestó, en parte, cuando Stoll fue con su hermano, el músico Juan Stoll, a un recital que El mató a un policía motorizado dio en Montevideo. Si se fijan bien, en la pared de la habitación de un personaje de 3, el albañil que también es músico como Juan, hay imágenes de las tapas de Navidad de reserva y Un millón de euros, dos discos ruteros de El mató a un polícia motorizado. Como Hiroshima, 3 también es una comedia musical excéntrica, algo extrañada y perpleja, como si la música, sea Motor Away o cualquier otro ruido, sirviera para hacer estallar ese mundo (de felicidad, de desconcierto o de tristeza) más que para amansarlo o estabilizarlo. La música no calma a las fieras, no es el látigo del domador; más bien, para Stoll cada canción es una bomba de tiempo, una forma de dinamitar lo rutinario que despeja la visión y el horizonte para abrir caminos inciertos.