martes, 2 de septiembre de 2014

Ladrones de flores de cementerio


Cuando ganó la beca para estudiar cine en Italia, Manuel Puig quería cumplir el deseo de traspasar la pantalla, de arañar hasta desgarrar esa tela que separa al público de cineastas y estrellas para poder ser un habitante de esa perspectiva que la imagen nos ofrece y nos niega, esa trampa para el ojo voyeur. En la escuela romana, las cosas no fueron fáciles para ese joven que de niño recortaba fotos de las estrellas favoritas que alucinaba en un cine pampero para crear su propio libro cinematográfico. El neorrealismo italiano de esos años regía la educación con una estética y una narrativa que para Puig era inhabitable, a él lo movía un glamour y un éxtasis de melodrama estilizado que casi era impronunciable en los parámetros cinematográficos de esa escuela. Tener un carné de estudiante le permitía a Puig ver sin mucho gasto las películas que se correspondían con su lengua materna cinéfila, con su idioma estético. Como era políglota, también trabajaba como traductor de subtítulos para películas italianas y así pudo seguir ejerciendo su cinefilia glam. En esos momentos fue que encontró su propio sistema de traducción: mientras escribía un ejercicio de guión para la escuela, la voz de un personaje se desvió y le trazó la línea que lo llevaría a ser el primer y más grande novelista pop de Latinoamérica. Ese guión tuvo etapas de mutación hasta que se llamó La traición de Rita Hayworth, fue la novela donde Puig tradujo a un nuevo lenguaje su experiencia desde la infancia con el cine, desviando las imágenes de las películas con un ticket único que le permitía viajar de la literatura a la pantalla. En su traducción de Rita Hayworth, el glam se degradaba hasta mostrar otras caras, abriendo perspectivas, multiplicando las imágenes como cuando una película comienza a pasar mal por el proyector y los fotogramas tiemblan en la pantalla, produciendo fantasmas alrededor de los cuerpos, haciendo visible un aura por el pulso trabado del deslizamiento del celuloide. Esos accidentes que producen desvíos de magia inesperada.


La historia contenida en La traición de Rita Hayworth comienza en La Plata, un lugar donde el migrante Puig vivió alguna vez. Yates de pantano también tuvo su crash incial en La Plata, donde coincidieron Romina Iglesias y Antolín, ambos migrando de otros lugares con distintos planes pero también para seguir buscando lo que Puig viajó a encontrar a Italia: multiplicar la experiencia de esas imágenes con que el cine sigue fraguando nuestra personalidad y la de nuestra generación. Aunque mutando de pantallas, yendo de la monstruosa dimensión de la sala de cine al rectángulo domesticado de la computadora, el cine todavía sigue incólume en su capacidad de interpelar hasta la conmoción, pero ahora se lo puede desmontar hasta fetichizar el fragmento o poder capturarlo para llevarlo puesto. Pero también se lo puede profanar volverlo a trazar desviado desde nuestra subjetividad, nuestro estilo, nuestro glam degradado, un poco como retribución (y casi como venganza) por todo lo que nos afectan. En ese plan, Iglesias y Antolín le imprimen ese afecto y esa afectación a los frames, los fotogramas y las fotografías para que tengan una sobrevida zombie, el lujo de una forma atrofiada de eternidad. Ladrones de flores de cementerio con la convicción de que pueden evitar que se marchite el fulgor. Iglesias navega en impresiones de sensualidad sensorial sobre superficies pulidas de terror gótico donde la lujuria ritualista es el precipicio para un deporte extremo de elegancia amenazante; Antolín se hunde en la contemplación del instante donde la dispersión y la concentración estéticas se superponen para ir por los géneros cinematográficos sin pirotecnia pero que igual alcanza un clímax intenso, inédito, íntimo de calidez pop. Ambos están en ese filo donde traducir la imagen ajena es inventar el propio lenguaje en la confusión del píxel y el pincel para cartografiar el accidente geográfico de sus miradas, como los lectores de iris que nos encandilan para reconocer nuestra identidad.

Diego Trerotola


Casa Brandon
presenta

YATES DE PANTANO

Una muestra de Romina Iglesias y Antolín


Musicalizan Martha de la Gente y DJ Gatito
Curaduría Diego Trerotola

Inauguración
 miércoles 3 de septiembre, 20 horas
Luis María Drago 236