sábado, 22 de agosto de 2009

Peep Art


Hoy, en el malba, Greetings (1968) de Brian de Palma, la mejor reposición del año. Copio abajo el párrafo final de un texto sobre la película escrito hace más de un lustro para El Amante.

Greetings es el manifiesto del cine de Brian De Palma. “Conocés el Pop Art, esto es Peep Art (=Arte Mirón)”, dice Robert De Niro, en el papel del personaje de un voyeur compulsivo y autoconsciente que crea una instalación para el Museo Whitney, claramente inspirada en La ventana indiscreta, donde el espectador mira por un telescopio una serie de escenas íntimas en distintas ventanas. (Dijo Brian De Palma: “El plano subjetivo es la piedra de base del cine. Como el sonido a la música; el elemento esencial de la forma. Vos construís películas acerca de gente viendo cosas.”) Las películas de BDP son ficciones de un espectador, como las de Borges son ficciones de un lector. Una mirada al cuadrado, punto de encuentro de subjetividades, la cita es siempre una forma de reescritura de la mirada (propia y ajena) y el arte una maravillosa Historia Universal de la Infamia.

martes, 18 de agosto de 2009

Mondo carne


Creo haber leído alguna vez que Tim Burton sostenía que había sólo dos tipos de dibujantes, los que publicaban los dibujos y los que no. En esa idea hay un intento de acercamiento estéticamente amoral a esa disciplina (nada de diferenciar entre buenos y malos dibujantes), pero sobre todo, la idea de Burton parece democratizar la tarea plástica para sostener que todo el mundo es dibujante, que toda imaginación icónica es dibujo: fantasear una imagen es ya convertirse en dibujante, incluso antes que eso tenga cualquier representación material, incluso antes de que esa fantasía vea alguna luz fuera de nuestra conciencia. En realidad, esa es la gran utopía infantilista de la vida y la obra de Burton: los garabatos de todas las personas, incluso aquellos más impalpables y primarios, son mundos válidos y habitables. En otras palabras, el dibujante como demiurgo: dibuja tu aldea y crearás el mundo. Hoy el efecto del flujo digital del imaginario de internet parece achicar aún más la brecha entre la fantasía icónica y su existencia material, con la impresionante demiurgia de la red: por ejemplo, con un clic en el google-imágenes se crea un instantáneo mapa de imágenes (por más gastado y doméstico que esté el procedimiento del buscador de imágenes no deja de ser un artilugio prodigioso).
Para alguien que comparta una afinidad afectiva y erótica por los cuerpos gordos (como por cualquier otra forma que se excede del gusto medio) la posibilidad de encontrar una representación de su deseo en la raquítica iconografía erótica argentina era tarea imposible hasta que a fines de los '90 internet se convirtió en una pista de despegue para otras galaxias del placer carnal: por fin se veían las líneas que dibujaban el deseo realmente diverso. Por eso fueron muy importante las comunidades virtuales para el universo de los osos. Y, con más intensidad que el snapshot casero, pero con menos frecuencia, se pueden encontrar porfolios de dibujantes que apuestan por otra sensualidad de la carne con trazos que materializan un deseo que incluso no tiene modelo vivo, una fantasía pura del cuerpo excesivo. Muchos de esos porfolios se basan en estéticas idealistas, claro, pero en el sentido menos apolíneo de la alucinación erótica.
Los cuatro dibujantes diversos que reseñé para el último suplemento Soy desarrollan distintas miradas para retratar el gusto por los osos, los gordos, los daddies, los leathers y otras especies del deseo peludo y carnoso. La idea parece ser: Pinta tu panza y crearás tu mundo erótico.

viernes, 14 de agosto de 2009

De una gran fruta


Conocí a Sr. Tomate en el Galpón de Encomiendas y Equipajes, en 18 y 71, en una noche platense helada, un 9 de junio de 2007. En rigor, ese otoño se despedía antes de la fecha calendaria porque el frío de esa noche era terriblemente invernal y convertía a todo lo que tocaba en un iceberg (ese invierno fue memorable: un mes después iba a nevar en Buenos Aires por primera vez en no sé cuántas décadas). Respirando a pesar de las estalactitas, entre paredes que apenas nos separaban de un descampado gélido de vías muertas, una más de las estaciones fantasmas de Buenos Aires, esa noche Sr. Tomate tocaba junto a Shaman y los hombres en llamas y a El mató a un policía motorizado (aclaro que había viajado otra vez a La Plata como seguidor del sonido motorizado). La sorpresa fue increíble: con el folk psicótico de Sr. Tomate se disparó un calor que me dura hasta hoy. Una de esas temperaturas para la que no hay matafuego que valga. Temperatura del cuerpo en combustión musical libertaria, con instrumentación acorde a su total desprejuicio por las jerarquías tecnológicas y sónicas del rock, y con las convenciones de la vida puestas a prueba en cada estribillo. "A veces pienso que la locura es el remedio, que nos mantiene sobrios en este medio", cantó esa noche Poli Tano, atrás de su guitarra, con la ambigüedad que le daba estar enfundada en una gorra y en la capucha de un canguro, para protegerse del frío y de cualquier dictadura de los géneros. Poli y Sr. Tomate avanzan a fuerza de un no-sé constante, la incertidumbre hecha canción para camaleones. El suplemento Soy, ayer, publicó una entrevista que le hice a Poli, porque este fin de semana largo hay doble función de la vitalidad demencial de Sr. Tomate. Y si alguien quiere aprenderse las estrofas de los himnos minimales pueden descargar gratis las canciones de la discografía completa de la banda de la fruta antropomórfica. Y luego a gritar y bailar hasta que se pongan colorados. Ahí nos vemos.

sábado, 8 de agosto de 2009

Oficio mudo

Parece una paradoja ingeniosa pero es verdad: de todo el período de cine mudo argentino, hasta hace poco más de una década, quedaban casi sólo palabras. Y no muchas. Se podían leer algunos intentos de historizar la producción cinematográfica argentina, la más importante de Sudamérica, en algunos pocos libros y revistas a partir de investigaciones basadas en los diarios de la época, y en unos pocos testimonios, pero las imágenes que se conservaron eran más bien pocas. Y de películas completas ni hablemos. Como suplencia quedaron afiches tipográficos, programas de mano, publicidades y artículos de la época que se reproducían y citaban en cuanto libro y nota monográfica que intentara mostrar algún souvenir del pasado que podía funcionar como fuente histórica de las invenciones de los primitivos hacedores del prolífico movimiento fílmico local. Por eso, los últimos años dieron un vuelco a la ceguera con que se emprendía cualquier aproximación a este período, por lo cual la “Primera Antología del Cine Mudo Argentino”, recientemente editada en un pack de tres dvd y un libro-dossier, más el ciclo del Malba de agosto son un paso fundamental para entender el avance que permite vislumbrar un rostro más nítido del mutismo del pasado.
La nota completa publicada en el último número de El Amante, por acá, y el ciclo del malba, por este otro lado.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Sustituto


La idea del dossier central de este mes en la revista El Amante era que cada uno escriba sobre sus miedos frente al cine. Mi gran primer miedo frente a una película fue con El exorcista: la vi a los 11 años, cerca de medianoche, solo frente a la TV; fue a mitad de los 80 y creo que se daba por Canal 13. Fui el único de mi familia y de mi grado que resistió verla completa. Esa noche un frío me recorrió de punta a punta, como si el temblor que me agitó fuese tan potente como el de la niña poseída de la película. Pero para mí ese es otro tipo de miedo, que tiene que ver con el poder perturbador del dispositivo televisivo, que Alfred Hitchcock definió como nadie: "La televisión ha devuelto al asesinato al hogar, el lugar donde pertenece" (hoy debería cambiarse "televisión" por "internet" para actualizar la frase: ¿acaso internet no nos convierte a todos en criminales bajando software y mercancía con copyright, tirando bombas cubiertos por el anonimato, creando sociedades pérfidas vía msn?). La cuestión es que, para escribir sobre mis miedos, preferí basarme en una experiencia cinematográfica plena, en una vivencia en el cine. Y si bien he saltado en más de un bus effect de películas de terror de cualquier tipo y factor, el vértigo que me provoca la falsa perspectiva del efecto cinematográfico, que no me lo provoca la televisión ni internet, fue determinante para elegir mis miedos visuales. Además, elegí películas que en su totalidad no me parecen demasiado relevantes, como lo son Dinosaurio y Up, pero que el vértigo que me causaron fue excepcional (aclaro que Up tiene una valoración a favor que no comparto, especialmente por el lugar de la mujer que la película imagina). Bueno, la cuestión es que también quería anular la valoración crítica integral y salir del lugar del crítico para poder buscar ejemplos más ligados a una experiencia sensitiva espontánea, porque muchas de las películas que fueron aterrorizantes (como Vértigo, por ejemplo), lo fueron por una relación más meditada, menos visceral, provocada por las lecturas y las elaboraciones propias anteriores y posteriores a las visiones de esas películas. Bueno, ahora sí, después del preámbulo, el texto sobre mi vértigo que se publicó:

De entre todas las películas de Alfred Hitchcock, el cinéfilo perverso John Waters dice preferir La soga, por un detalle supuestamente lateral: la alta ventana del departamento del único decorado de esa película es falsa, y prefiere una vista falsa a una verdadera. Esa ventana es la mejor definición del cine: la realidad fingida como trampa del ojo, la pantalla plana con ilusión de tridimensionalidad, el triunfo de la simulación, el decorado reemplaza victorioso al mundo. Como sufro de vértigo, o mejor dicho, de atracción al vacío (ese gusto por el vacío tiene que ver con mi veta nihilista), y también siento la misma atracción por lo falso que mi guía material Waters, la pantalla de cine, ese espacio embustero, me produce más vértigo que la altura verdadera, porque es más mentirosa, porque perfila mejor el engaño mental, la fantasía psíquica. Paradójicamente, mi susto es más profundo, más vivido, gracias al sustituto, al colmo del artificio como suplente de lo real. Toda esta introducción parecería conducir al Vértigo de Hitchcock y su gran truco acrofóbico, virtuoso temblor del precipicio óptico; pero, sin embargo, mi atracción al vacío va por otro carril: se revela más inquietante en las películas de animación donde nada es ni remotamente real, donde la caricatura reemplaza al cosmos, al orden del mundo. La secuencia final de Dinosaurio en el precipicio o la carrera lunática de clímax aéreo de Up son para mí dos buenos ejemplos de cine-vértigo, de la pantalla convertida en rejilla tenebrosamente absorbente como si viajara en un avión y se rompiese una ventanilla en las alturas: en esos casos, aterrado, clavo en los brazos de la butaca las uñas como anclas, para no ser arrastrado al más allá por el encuadre, para no caerme en el espacio vacío de la pantalla que algunas películas abren como la escotilla hacia ningún lado real de la Noche alucinante.

domingo, 2 de agosto de 2009

Big Daddy


Ayer sábado, cuando la oscuridad santélmica casi se convertía en domingo, en el recinto Espacio Ecléctico sucedió el milagro invisible: el aire se agitó de tal manera que las partículas elementales entraron en estado de convulsión, hacían onomatopeyas irreproducibles como grito de guerra a capa y espada (era una batalla sin pólvora, una lucha de valientes). Cuerpo a cuerpo: ahí estaban las vibraciones del ritmo descompuesto para conquistar el letargo pesimista, la golosina de conserva, los calambres de la rutina y muchas otras cosas más que se archivan en museos. Y si se conquistaron esos territorios fue para ganárselos al mar de la estupidez tranquilizadora y tramar progresivamente una fiesta del sonido descentrado. Así, la marcha del redoblante de Daddy Antogna y su equipo de tres antenas (Alan Courtis, Fernando de la Vega, Nicolás Diab) desgranaron la energía luminosa para hacer una heliografía fundamental: casi todo ese prodigio combatiente quedó grabado de antemano en un disco adentro de una caja de cartón, que algunos llaman CD, por Compact Disc, aunque creo que en este caso se debería hablar de Cresta Disonante. Y así fue que esa noche mítica volverá a restituir el temblor de sus hélices belicosas en el hueco que se abra en el solitario placer nihilista cada vez que haga clic (como lo hago ahora mismo) en cualquiera de sus ocho pistas de despegue. Los trofeos de guerra se pueden disparar en cualquier momento: ese es el mejor peligro que debe atravesar un sobreviviente.