La idea del dossier central de este mes en la revista El Amante era que cada uno escriba sobre sus miedos frente al cine. Mi gran primer miedo frente a una película fue con El exorcista: la vi a los 11 años, cerca de medianoche, solo frente a la TV; fue a mitad de los 80 y creo que se daba por Canal 13. Fui el único de mi familia y de mi grado que resistió verla completa. Esa noche un frío me recorrió de punta a punta, como si el temblor que me agitó fuese tan potente como el de la niña poseída de la película. Pero para mí ese es otro tipo de miedo, que tiene que ver con el poder perturbador del dispositivo televisivo, que Alfred Hitchcock definió como nadie: "La televisión ha devuelto al asesinato al hogar, el lugar donde pertenece" (hoy debería cambiarse "televisión" por "internet" para actualizar la frase: ¿acaso internet no nos convierte a todos en criminales bajando software y mercancía con copyright, tirando bombas cubiertos por el anonimato, creando sociedades pérfidas vía msn?). La cuestión es que, para escribir sobre mis miedos, preferí basarme en una experiencia cinematográfica plena, en una vivencia en el cine. Y si bien he saltado en más de un bus effect de películas de terror de cualquier tipo y factor, el vértigo que me provoca la falsa perspectiva del efecto cinematográfico, que no me lo provoca la televisión ni internet, fue determinante para elegir mis miedos visuales. Además, elegí películas que en su totalidad no me parecen demasiado relevantes, como lo son Dinosaurio y Up, pero que el vértigo que me causaron fue excepcional (aclaro que Up tiene una valoración a favor que no comparto, especialmente por el lugar de la mujer que la película imagina). Bueno, la cuestión es que también quería anular la valoración crítica integral y salir del lugar del crítico para poder buscar ejemplos más ligados a una experiencia sensitiva espontánea, porque muchas de las películas que fueron aterrorizantes (como Vértigo, por ejemplo), lo fueron por una relación más meditada, menos visceral, provocada por las lecturas y las elaboraciones propias anteriores y posteriores a las visiones de esas películas. Bueno, ahora sí, después del preámbulo, el texto sobre mi vértigo que se publicó:
De entre todas las películas de Alfred Hitchcock, el cinéfilo perverso John Waters dice preferir La soga, por un detalle supuestamente lateral: la alta ventana del departamento del único decorado de esa película es falsa, y prefiere una vista falsa a una verdadera. Esa ventana es la mejor definición del cine: la realidad fingida como trampa del ojo, la pantalla plana con ilusión de tridimensionalidad, el triunfo de la simulación, el decorado reemplaza victorioso al mundo. Como sufro de vértigo, o mejor dicho, de atracción al vacío (ese gusto por el vacío tiene que ver con mi veta nihilista), y también siento la misma atracción por lo falso que mi guía material Waters, la pantalla de cine, ese espacio embustero, me produce más vértigo que la altura verdadera, porque es más mentirosa, porque perfila mejor el engaño mental, la fantasía psíquica. Paradójicamente, mi susto es más profundo, más vivido, gracias al sustituto, al colmo del artificio como suplente de lo real. Toda esta introducción parecería conducir al Vértigo de Hitchcock y su gran truco acrofóbico, virtuoso temblor del precipicio óptico; pero, sin embargo, mi atracción al vacío va por otro carril: se revela más inquietante en las películas de animación donde nada es ni remotamente real, donde la caricatura reemplaza al cosmos, al orden del mundo. La secuencia final de Dinosaurio en el precipicio o la carrera lunática de clímax aéreo de Up son para mí dos buenos ejemplos de cine-vértigo, de la pantalla convertida en rejilla tenebrosamente absorbente como si viajara en un avión y se rompiese una ventanilla en las alturas: en esos casos, aterrado, clavo en los brazos de la butaca las uñas como anclas, para no ser arrastrado al más allá por el encuadre, para no caerme en el espacio vacío de la pantalla que algunas películas abren como la escotilla hacia ningún lado real de la Noche alucinante.
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