miércoles, 17 de diciembre de 2014

Había una canción escondida



Uno de los mejores momentos de 2014 fue la filmación de este videoclip para la canción Omar de Bestia Bebé. Nada más que agregar, solo muchas gracias a Tom Quintans y toda la gente que participó, que están nombrados acá abajo.

Bestia Bebé - Omar

Actúan: Ronald, La Baby, Klaurock, Doktor Chali, González, Platón, Carlos, Big Diego, El Pelado.
Dirección: Diego Trerotola.
Cámara: Andrea Guzmán, María Zamtlejfer. 
Edición: Juan Pablo Menchón. 
Asistentes: Pancho y Tony.

bestiabebe.com.ar
laptra.com.ar
correo@bestiabebe.com.ar

Buenos Aires, Argentina 2014.

martes, 2 de septiembre de 2014

Ladrones de flores de cementerio


Cuando ganó la beca para estudiar cine en Italia, Manuel Puig quería cumplir el deseo de traspasar la pantalla, de arañar hasta desgarrar esa tela que separa al público de cineastas y estrellas para poder ser un habitante de esa perspectiva que la imagen nos ofrece y nos niega, esa trampa para el ojo voyeur. En la escuela romana, las cosas no fueron fáciles para ese joven que de niño recortaba fotos de las estrellas favoritas que alucinaba en un cine pampero para crear su propio libro cinematográfico. El neorrealismo italiano de esos años regía la educación con una estética y una narrativa que para Puig era inhabitable, a él lo movía un glamour y un éxtasis de melodrama estilizado que casi era impronunciable en los parámetros cinematográficos de esa escuela. Tener un carné de estudiante le permitía a Puig ver sin mucho gasto las películas que se correspondían con su lengua materna cinéfila, con su idioma estético. Como era políglota, también trabajaba como traductor de subtítulos para películas italianas y así pudo seguir ejerciendo su cinefilia glam. En esos momentos fue que encontró su propio sistema de traducción: mientras escribía un ejercicio de guión para la escuela, la voz de un personaje se desvió y le trazó la línea que lo llevaría a ser el primer y más grande novelista pop de Latinoamérica. Ese guión tuvo etapas de mutación hasta que se llamó La traición de Rita Hayworth, fue la novela donde Puig tradujo a un nuevo lenguaje su experiencia desde la infancia con el cine, desviando las imágenes de las películas con un ticket único que le permitía viajar de la literatura a la pantalla. En su traducción de Rita Hayworth, el glam se degradaba hasta mostrar otras caras, abriendo perspectivas, multiplicando las imágenes como cuando una película comienza a pasar mal por el proyector y los fotogramas tiemblan en la pantalla, produciendo fantasmas alrededor de los cuerpos, haciendo visible un aura por el pulso trabado del deslizamiento del celuloide. Esos accidentes que producen desvíos de magia inesperada.


La historia contenida en La traición de Rita Hayworth comienza en La Plata, un lugar donde el migrante Puig vivió alguna vez. Yates de pantano también tuvo su crash incial en La Plata, donde coincidieron Romina Iglesias y Antolín, ambos migrando de otros lugares con distintos planes pero también para seguir buscando lo que Puig viajó a encontrar a Italia: multiplicar la experiencia de esas imágenes con que el cine sigue fraguando nuestra personalidad y la de nuestra generación. Aunque mutando de pantallas, yendo de la monstruosa dimensión de la sala de cine al rectángulo domesticado de la computadora, el cine todavía sigue incólume en su capacidad de interpelar hasta la conmoción, pero ahora se lo puede desmontar hasta fetichizar el fragmento o poder capturarlo para llevarlo puesto. Pero también se lo puede profanar volverlo a trazar desviado desde nuestra subjetividad, nuestro estilo, nuestro glam degradado, un poco como retribución (y casi como venganza) por todo lo que nos afectan. En ese plan, Iglesias y Antolín le imprimen ese afecto y esa afectación a los frames, los fotogramas y las fotografías para que tengan una sobrevida zombie, el lujo de una forma atrofiada de eternidad. Ladrones de flores de cementerio con la convicción de que pueden evitar que se marchite el fulgor. Iglesias navega en impresiones de sensualidad sensorial sobre superficies pulidas de terror gótico donde la lujuria ritualista es el precipicio para un deporte extremo de elegancia amenazante; Antolín se hunde en la contemplación del instante donde la dispersión y la concentración estéticas se superponen para ir por los géneros cinematográficos sin pirotecnia pero que igual alcanza un clímax intenso, inédito, íntimo de calidez pop. Ambos están en ese filo donde traducir la imagen ajena es inventar el propio lenguaje en la confusión del píxel y el pincel para cartografiar el accidente geográfico de sus miradas, como los lectores de iris que nos encandilan para reconocer nuestra identidad.

Diego Trerotola


Casa Brandon
presenta

YATES DE PANTANO

Una muestra de Romina Iglesias y Antolín


Musicalizan Martha de la Gente y DJ Gatito
Curaduría Diego Trerotola

Inauguración
 miércoles 3 de septiembre, 20 horas
Luis María Drago 236

miércoles, 25 de junio de 2014

El rey del falsete



Hace cinco años, al momento de la muerte de Michael Jackson, publiqué esta nota, con el título El rey mutante, en el Suplemento Soy de Página/12. Todavía creo que tiene vigencia, porque el mito sigue vivo.
En su libro Cool Memories, un diario formado por ensayos rotos y mínimos, Jean Baudrillard viaja por la cultura del primer lustro de los ’80 para seguir el pulso de su tiempo, para tratar de hacer el libro más contemporáneo posible. En su elíptica captura de ese presente, Baudrillard se cruza a mitad de su camino con el Michael Jackson de Thriller y lo define con una cita del sociólogo Alain Soral: “Jackson es un mutante solitario, precursor de un mestizaje perfecto porque es universal, la nueva raza a partir de las razas, por así decirlo. Los niños de hoy no tienen un bloqueo en relación con una sociedad mestiza: éste es su universo, y Michael Jackson prefigura lo que ellos imaginan para un futuro ideal”. A esa idea nítida sobre una nueva forma de mestizaje cultural, Baudrillard agrega: “Michael se ha hecho rehacer el rostro, desrizar su cabello, aclarar la piel, o sea que se ha construido minuciosamente: esto es lo que lo convierte en un niño inocente y puro; el andrógino artificial de la fábula que, mejor que Cristo, puede reinar sobre el mundo y reconciliarlo, dado que es más que un niño dios: un niño prótesis, un embrión de todas las formas soñadas de mutación que nos liberarían de la raza y del sexo”. Unos años después, Baudrillard vuelve a invocar a Jackson para soltar la frase más contundente de su versión de las nuevas sensibilidades de los ’80, donde la política de la diferencia de la revolución sexual se volvía “juego de la indiferencia” de los sexos: “Todos somos transexuales. Así como todos somos mutantes biológicos en potencia, también somos transexuales en potencia. Y ni siquiera es una cuestión de biología. Todos somos simbólicamente transexuales”. La biografía de Jackson lo autorizaba a semejante afirmación, y es verdad que el Rey del Pop fue la quintaesencia de una nueva clase de monstruo que modeló la tecnología. El monstruo en que nos trasformamos todxs.

EL EXTRAÑO MUNDO DE JACKSON

En el comienzo de todo fue el espanto: Thriller fue catalizador de mutaciones y el principal afectado por su radiación fue Michael Jackson. Es verdad que todo comenzó en Jackson 5, en esa infancia corrompida por el pop donde el niño perdió la inocencia que trató de recuperar convertido en un andrógino Peter Pan que sueña desesperadamente la tierra del Nunca Jamás. Si bien es cierto, ese dato biográfico del niño estrella volcado a reconstruirse como ficción de la industria de la música es recién en Thriller donde adquiere mayor importancia, cuando su vida se transforma en una tecnoficción. Ese disco-Frankenstein no sólo cambió la historia de la música pop, con su híbrido de estilos del hard rock a la balada, pasando por el pop bailable, sino que, sobre todo, la revolución de Jackson se hizo cuerpo en el videoclip como forma de arte total, como juguete tecnológico ideal para la metamorfosis. Abrevando en la estética homoerótica de la película de terror adolescente de la década del ’50, en el video Thriller Jackson se transformaba en Gato Monstruo y en zombie, convertido en el rey del terror pop gracias a los efectos de maquillaje de las manos mágicas de Rick Baker, un cirujano-artista-plástico del cine, también creador de FX de Videodrome de David Cronenberg, una película sobre el cuerpo con prótesis de video. Y desde ese momento Michael Jackson fue un cyborg cronenbergiano, y se puede hacer una biografía de él a partir de sus videoclips, que absorbieron su existencia trocada en imagen táctil de su cuerpo. Su sexo no era masculino ni femenino, porque no era biológico, era tecnológico, tenía el sexo del cyborg, antes que Donna Haraway lo definiera en su manifiesto sociofeminista sobre la construcción de los géneros de 1991: “Un cyborg es un organismo cibernético, un híbrido maquinal y orgánico, una criatura de la realidad social tanto como una criatura de la ficción”. Jackson hizo del cuerpo su discurso, más que otrxs ídolos del pop/rock, porque era un cantante-bailarín de gracia felina, donde su paso más famoso, el moon walk, ponía en escena su doble direccionalidad característica: el paso fingía la mímica de caminar hacia adelante pero se deslizaba hacia atrás. Pero sobre todo Jackson fue un cuerpo mediado por la tecnología, donde se transformaba, videoclip mediante, en un ser extremadamente proteico: no era ni blanco ni negro, ni masculino ni femenino, ni joven ni viejo, ni atlético ni enfermo, ni humano ni animal, ni lindo ni feo y, sobre todo, ni bueno ni malo: al papel del delincuente juvenil que le gustaba interpretar en los videos se le superponía el inofensivo ángel de la luz asexuado. En la secuencia de la canción “Speed Demon” de su película Moonwalker (1988), Will Vinton lo convierte en muñeco de plastilina, dibujo animado, y cuando baila como humano está literalmente fuera de la ley: es que Jackson movía la pelvis con una ambigüedad insólita, su mano en la bragueta a veces parecía agarrar el paquete y a veces su dedo se hundía como si tuviese las dos gónadas del hermafrodita perfectx. En su otro videoclip célebre, Black or White (1991), fue el primero en usar el software morphing virando el rostro de personas de distintas razas y pigmentaciones, y convirtiéndose él mismo en pantera negra: su cuerpo de cyborg ya devenido software lo liberó de la identidad sexual y racial. Identidad deriva de idéntico, y Jackson, como buen mutante, nunca quiso ser igual.

CADAVER EXQUISITO

Si me permiten la expresión, Jackson fue claro desde el principio: al aceptar hacer el rol del Espantapájaros en The Wiz (1978), la remake del clásico camp El mago de Oz, sabía que su destino era ser un monstruo de cuento infantil, el freak domesticado, hogareño, que acompaña los sueños de una generación como el ET de Spielberg para el que compuso una canción. En Thriller quedó establecido, pero se subrayó en Ghosts (1997), un mediometraje dirigido por Stan Winston, quien junto a Rick Baker sería el artista de efecto de maquillaje más virtuoso del Hollywood fantástico. Ahí, con la tecnología digital, el cuerpo de Jackson dejó de ser analógico para explorar nuevas transformaciones virtuales: el rey del pop es ahora rey del píxel, fantasma en la máquina, materia incorpórea que atraviesa todos los cuerpos, como su voz, como ese falsete que lo hizo famoso, el más célebre de la historia de la música, que viaja a la velocidad de la ambigüedad, porque es un quejido de animal en celo con timbre humanoide andrógino. Si existen las reinas del grito del cine de terror, las scream queens, Jackson fue más que el rey del pop, el rey del falsete: la voz artificial fue su modulación predilecta hasta el punto de ser la canción de todxs. Cantar y bailar es falsearlo todo: lo natural queda fuera del cuerpo. En Cool Memories, Baudrillard escribía que “la música del walkman penetra en nuestro cuerpo como en un sueño”, Jackson fue ese sueño tecnológico que nos atravesó para siempre, que nos cambió nuestro cabezal natural por uno de género artificial indefinido. Al igual que Valentino fue al cine la apolínea figura que perturbó en los ’20 las concepciones sobre lo masculino y lo femenino, enloqueciendo a una generación con su erotismo visual indeterminado, Jackson fue el cyborg que hizo de la tecnología del video una estética desafiante. Y al igual que con Valentino, su funeral fue un evento monumental porque nos interpela sin discriminación: todxs somos sus viudxs tecnotransexuales. Pero ahora la tecnología voraz no para: la medicina forense sigue con sus técnicas necrófilas de autopsias donde dicen y se desdicen, porque la ambigüedad de Jackson no para ni post mortem. Eterno en su provocación, su cuerpo aún sigue siendo un discurso de signos en contradicción, para la interpretación latente, un Frankenstein semiológico que revive todo el tiempo: un moderno Prometeo secular que no necesita el fuego de los dioses para generar verdadera vida, sino que se despierta con cada clic mundano sobre un píxel monstruoso que hace pop.

viernes, 20 de junio de 2014

Al Pie de Hitchcock

"Para mí el cine no es una porción de vida, sino una porción de torta. Hay un montón de películas sobre la vida, las mías son como una porción de torta", dijo Alfred Hitchcock, uno de los creadores del film noir con Rebeca, una mujer inolvidable (1940), aunque la gran mayoría de críticos e historiadores no la considere dentro de esta categoría. Allá ellos y acá nosotras y nosotros para ver este corto titulado Key Lime Pie (2007), dirigido por Trevor Jimenez, que es una obra maestra de la animación noir (género que casi les diría que inaugura y es el único exponente), que hubiese hecho reír mucho a Hitchcock, el hombre que sabía demasiado de glotonería cinéfila. (Aclaración: está en inglés sin subtítulos, pero éntrenle igual si no caza una porque es visualmente universal).




jueves, 19 de junio de 2014

La muerte le sienta bien

Como homenaje tardío al pacto suicida ejecutado con un arma de fabricación casera por los hermanos Lily Süllős y Luis Süllős, va este texto del dibujante, escritor y guionista Topor, que siempre me mata de risa. ¡Viva la muerte!

Cien buenas razones para suicidarme de inmediato
Por Roland Topor (1938 - 1997)*

1. Es la mejor manera de asegurarme que no estoy muerto.
2. Para que el censo pasado esté incorrecto.
3. Me esperan bajo tierra para empezar la fiesta.
4. Les disparan a los caballos, ¿no es así?
5. Agrandaré la estima de mis contemporáneos.
6. Escaparé de la ansiedad que me causa la llegada del año 2000.
7. ¡Como Werther! No se dudará más de mi cultura.
8. Burlaré al cáncer.
9. Demostraré que mi horóscopo miente.
10. Le arruinaré la vida a mi psicoanalista.
11. Para evitar tomar partido en las elecciones.
12. Remedio infalible contra mi calvicie.
13. Finalmente empezaré desde cero.
14. La muerte ennoblece: ¡por fin seré un caballero!
15. Me sentiré menos solo.
16. El próximo Día de Muertos será mi fiesta.
17. El costo de vivir aumenta, pero la muerte permanece asequible.
18. La mejor forma de volver a las raíces.
19. Por fin un arte marcial que sé manejar.
20. Para ser un buen ecologista: voy a fertilizar el pasto.
21. Para marcar el día con una piedra blanca.
22. Mis órganos podrán servirle a otros que les den mejor uso.
23. Dejar espacio a los jóvenes.
24. ¡Al fin un papel protagónico!
25. Para tener las ventajas del exhibicionismo intrínseco en la sala de disección.
26. Para probar las sutiles delicias de la reencarnación.
27. ¡Para terminar con la pesadilla de los años bisiestos!
28. Para darle una dimensión moral a mi obra.
29. Para que crean que tengo un sentido del honor.
30. Para que este texto tome el valor de un testamento.
31. Devendré ciudadano del mundo.
32. La eutanasia no está hecha para los perros.
33. Tendré la última palabra.
34. El 67% de los franceses apoya la pena de muerte.
35. Porque es una buena manera de dejar de fumar.
36. Para simplificar mi dualidad: si quedo solo nadie disputará mi visión.
37. Una partida es menos laboriosa que un parto.
38. No tengo nada qué hacer.
39. No quiero aumentar el déficit de mi seguro social.
40. Para matar un judío, como todo el mundo.
41. Para formar parte de la mayoría silenciosa. La verdadera.
42. Quiero dejar una viuda radiante de juventud.
43. No quiero vivir con el temor de que falle mi desodorante.
44. Escaparé así a la próxima movilización general.
45. Por conservar mi misterio.
46. Para probar que la bomba de neutrones no puede hacerme daño.
47. Para bajar de peso sin hacer dieta ni mover un dedo.
48. Quiero participar del proyecto nacional de vacaciones planeadas.
49. Quiero evitarle a alguien más las malas consecuencias de cometer un asesinato.
50. Para ahorrar energía, café y azúcar.
51. Para nunca más sentir vergüenza de verme en un espejo.
52. ¿Y si soy inmortal? Hay que saberlo lo antes posible.
53. Una boca menos que alimentar.
54. Para probar a TODOS que no soy un cobarde.
55. Para contar a quienes lloren en mi entierro.
56. Para ver del otro lado si estoy ahí.
57. Para arrancarme toda la cabeza de una vez, en lugar de arrancarme las canas una por una.
58. Con un revólver: para hacer ruido después de las 24.
59. Con gas: para saborear el encanto del último cigarro.
60. Ahorcado: para hacer de una soga ordinaria un excelente amuleto de la buena suerte.
61. Bajo un tren: para prolongar las vacaciones de otros.
62. Con barbitúricos: mañana me quedaré en cama hasta tarde.
63. Electrocutado: para darme una buena sacudida.
64. Defenestrado: para escapar de mi terror a los ascensores.
65. La muerte, al parecer, es fácil. Me voy a aprovechar de ella.
66. Si pongo mis suscripciones en espera, no me perderé de nada.
67. Para ser bueno con los animales (pequeños).
68. Para morir en el mismo año que Elvis Presley.
69. Para no pagar impuestos.
70. Para no pagar el alquiler.
71. Para dejar de roncar.
72. Para regresar en las madrugadas y tirarle los pies a mis enemigos.
73. Para evitar plagiarme a mí mismo en la vejez, como Georgio de Chirico.
74. Porque soy una especie en peligro de extinción que nadie protege.
75. Porque elegí una gran frase de despedida para el último momento y si espero demasiado la puedo olvidar.
76. Para cortar de una vez por todas el cordón umbilical.
77. Para ser el fundador de un nuevo estilo: el Dead Art.
78. Para ver, en exclusiva mundial, la película de mi vida.
79. Para ver si del otro lado todavía hay vírgenes.
80. Para ver si me visten bien cuando me amortajen.
81. Porque quiero usar este epitafio divertido: ¡Ya era hora!
82. Para ver si los paralíticos se curan en mi tumba.
83. Para que el siglo XX al fin tenga un evento de importancia.
84. Para darme un festín con la sangre exquisita de las doncellas cuando me convierta en vampiro.
85. Porque siempre he querido hablar una lengua muerta.
86. Para hacer saber a todos, de manera impactante, mi postura con respecto al suicidio.
87. Porque París ya no es lo que era.
88. Porque Groucho Marx está muerto.
89. Porque ya leí todas las aventuras de Sherlock Holmes.
90. Porque estoy decepcionado de todas las predicciones meteorológicas.
91. Para que los otros sigan mi ejemplo.
92. Para empezar mi revolución.
93. Para demostrar mi destreza, si es que no fallo.
94. Para renovar mis amistades.
95. Para mudarme.
96. Para estar por encima de la ley.
97. Porque un suicidio bien conducido vale más que un coito mediocre.
98. Para no morir en un hospital.
99. Para que mi sangre haga una bonita mancha en un lienzo.
100. Porque tengo 1000 buenas razones para odiarme a mí mismo 

* Publicado en “Le Fou parle”, número 3, octubre-noviembre 1977.

martes, 7 de enero de 2014

La remera del pez espada

Hace casi veinte años que escribo principalmente crítica de cine. El último año traté de despejarme un poco, casi que me tomé año sabático para sacudirme de encima la cinefilia vomitada en texto, y escribir y dibujar sobre otros hemisferios de mis papilas gustativas. Aunque siempre vuelvo porque soy cinéfago, me como al cine doblado o con subtítulos. Ahora regreso a este blog con una de mis últimas críticas, pequeño texto que escribí a fines de 2012 para la versión web de la revista El Amante, en el contexto de un dossier motivado por el suicidio del gran Tony Scott. Es sobre una película que me define un poco y le dedico la crítica a Hernán Panessi, un capo que banco muchísimo, y que me alienta a escribir, y a los amigos y amigas de Laptra, cuya remera tengo puesta desde que canto sus himnos gloriosos.

Marea roja (Crimson Tide, EE.UU, 1995, 116') dirigida por Tony Scott, con Denzel Washington, Gene Hackman, Matt Craven, George Dzundza, Viggo Mortensen, James Gandolfini.

Tony Scott le pone la frutilla escarlata a su glorioso y salvaje primer lustro de los 90 con la reafirmación de un axioma cinéfilo: las películas de submarinos son todas buenas. Pero este ejemplar está un grado arriba de sus camaradas del subgénero porque se adelanta a Scream en su idea de película de submarinos con gente que sabe de películas de submarinos, un metasubgénero que no llega a tener el nivel de ostentación demagógica de la saga de Craven-Williamson. En cambio, Scott sigue el tic-pop tarantinesco de la cinefilia explícita pero sofisticada en la discusión de los personajes, que acá, por ejemplo, recuerdan al Robert Mitchum de The Enemy Below (1957), modelo de dureza actoral que hereda todo el cast de Marea roja (y se hace carne, por ejemplo, en el hoyo en el mentón de Viggo Mortensen). No solo en la interpretación hay perfume old spice, también en la apelación constante a la Guerra Fría. La alianza tarantinesca de Scott, arrastrada desde la película anterior, Escape salvaje (True Romance), no solo explota en la cita pop (se estimula a la tropa con analogía a Star Trek o se discute si Kirby o Moebius son los mejores dibujantes de Silver Surfer), sino también en diálogos con ingeniosa esgrima verbal, con los antagonistas poniéndose la camiseta de pez espada: “Estamos acá para preservar la democracia, no para practicarla” (Gene Hackman); “En tiempos nucleares, el verdadero enemigo es la guerra” (Denzel Washington).

Es probable que el poder dramático del subgénero submarino sea su unidad de espacio claustrofóbico que empaqueta todo en una narración ajustada hasta la asfixia, pero también porque el suspenso tiene mucho que ver con la belleza dramática de las escenas subacuáticas (los clichés del subgénero: la inundación del submarino, el combate a torpedazos), que Scott entrega con discreta estilización olímpica, como un clavadista que se hunde sin salpicar de más (tras el suicidio de Scott, arrojándose de un puente, esta puede ser una comparación un poco negra, pero valga como homenaje a quien murió en acción, en su ley).

Pero toda la inteligencia audiovisual de Marea roja está en el prólogo, a partir de un efecto del montaje: a un informe de la CNN sobre la supuesta amenaza bélica desencadenada por Rusia le sigue un feliz cumpleaños infantil con un mago, ambas secuencias filmadas en video, a diferencia del resto de la película. Trucos mediáticos, lo íntimo y lo político a un corte directo de distancia, ambos homologados por el formato, pero también montando un diálogo entre la idea de engaño de la puesta en escena, tanto de la felicidad como del horror, como expresión del gran conflicto contemporáneo, nada abstracto por la cercanía de la Guerra del Golfo. Pareciera más bien un comienzo distanciador a lo Brian de Palma, esos gestos formales que bien activados son un arma cargada de cine. A veces Scott no hacía películas de género donde la acción y la reflexión eran irreconciliables, sino que se movían con la misma fuerza. Y si esta es una de las películas más antibélicas que existe (releer la frase de Washington de arriba) es porque los protagonistas se cagan a trompadas. Scott podría repetir lo que decía Herman Melville, alguien que también supo transitar los mares con inteligencia y sensibilidad: me gustan los pacifistas, sobre todo los que pelean.