jueves, 24 de enero de 2013

Calvin & Hobbes' Not Dead

Mis veranos son calvinistas, debo reconocerlo. Especialmente en enero que, para escapar del incendiario asfalto carbónico, me dedico a recorrer las desventuras del infante y su tigre en el planeta Bill Watterson. No sé por qué será, pero me pega así, sin planearlo, como si fuese una estación predeterminada, siempre en la misma época acampo junto a las viñetas cuadriculadas por el pincel virtuoso. ¿Tendré un reloj biológico sintonizado con Calvin & Hobbes? Recientemente me llegó la edición completa de las historietas de C&H, cuatro tomos ordenados cronológicamente, aunque para leerlas no hay orden que valga y el tiempo que retratan es una muy específica detención de la duración: las agujas de Watterson se clavan donde la niñez todavía no está domesticada del todo y la experiencia gira alrededor de la exploración libertaria del mundo de la mala educación. Será por eso que me refugio en esas páginas atemporales durante enero: es el mes donde el tiempo más se siente en Buenos Aires (porque la ciudad se queda quieta y las horas pasan a fuego lento). Ahora estoy más objetivamente protegido, porque como la discografía completa de Ramones (quienes también lograron detener el tiempo a lo largo de su obra), esos cuatro libros son la garantía palpable de que se puede pulverizar el aburrimiento. Y porque son un arma segura de destrucción de todo lo pesado de este mundo, tengo los tomos bien escoltados, custodiados por Johnny Ramone de un lado y por Batman pirata del otro. No creo que nadie se atreva a meter mano ahí.

lunes, 21 de enero de 2013

Muertes secundarias

Tardaron dos días en difundir la noticia; internet movie data base (imdb) se demoró una semana en actualizar su biografía. El lunes 14 de enero había muerto Conrad Bain y fue, alrededor del mundo, una noticia secundaria, sin la urgencia de las primicias, porque el actor entraba en la categoría de "nombre irreconocible si no se adjunta una foto de su momento de fama". Y ese momento que permite reconocer su identidad ("Ah, sí, el Sr. Drummond"), fue entre 1978 y 1986, cuando protagonizó la sitcom Blanco y negro, como el millonario padre viudo y adoptivo de Arnold y  Willis. No sabemos mucho más de este actor, porque al menos en cine y tv actuó bastante poco después de aquellos años dorados de vivir en un penthouse en Park Avenue. Creo que de las series de mi infancia esta era una de las que más me gustaba, todavía recuerdo capítulos completos; incluso mi memoria erótica llega a tener una detallada evocación del padre de la amiga de Kimberly y su escena en el balcón-terraza apretando una naranja, que debe estar entre las primeras confirmaciones de mi fetiche por los gordos gigantones. Igual la serie Webster (1983-1989), un claro rip-off de Blanco y negro, tenía al más hot padre adoptivo de afroamericanos, Alex Karras, un chongo futbolista convertido en actor, que incluso interpretó a un personaje gay en Victor Victoria. Karras murió el 20 de octubre del año pasado, y de eso recién me entero. Espero que en la próxima entrega de los Oscars los recuerden a ambos, en el típico desfile de fotos que nutre nuestra necrofilia chic cada año.

viernes, 4 de enero de 2013

La rotación de la tierra

2012 terminó televisivamente muy arriba gracias a 23 pares, la serie creada por Albertina Carri y Marta Dillon que nos hacía temblar (por emociones de muy distinta especie), capítulo a capítulo, con su ficción-laboratorio: melodrama tribal con golpes de humor y locura, saga de post identidad, folletín de primitivismo amoroso matriarcal. Si no la vieron en tele, la tienen disponible y completa para ponerse al día (si pasan por acá). Y abajo les dejo la intro de la nota que escribí en el Soy sobre la serie.

La tierra se mueve en los títulos de 23 pares, la animación imprime al terruño un movimiento sutil y ambiguo, podría ser soplado por una brisa, agitado por un temblor o empujado por el crecimiento subterráneo de un árbol. Y ese es, sobre todo, el valor agregado de esta serie en la cosecha 2012 de la televisión argentina: hacer temblar un poco los cimientos de las representaciones mediáticas, especialmente de las ideas preconcebidas sobre identidad, género, diversidad sexual y familia. Es una serie que tiene los pies en la tierra pero solo para comprobar que debajo el mundo gira a distintas velocidades y se muda sin avisar en qué dirección, avanzando sin obedecer señales de tránsito. Y si una semilla se transforma vertiginosamente en un árbol también en los títulos, es para marcar no tanto un nuevo nacimiento sino la posibilidad de ramificaciones, de ser verdor y ser rama pelada, ir de una estación a otra por la ruta de una orgánica mutación.