sábado, 4 de junio de 2011

El deseo en el ojo propio



La fiesta ya empezó, pero a partir de mañana es salvaje: la maratón de cine y diversidad sexual en el Malba no sólo dura todo junio, sino también algunos días de julio, porque es mejor ir más allá del límite, de lo reglamentado, salirse de las casillas calendarias. Ni el tiempo es tirano, ni los años vienen solos, vienen acompañados de más libertades. Nos tomamos la licencia del descontrol, de mirar la historia del cine con ojos deseosos e ideas raras porque somos ídem. Revisar, agrupar, reformular, reprogramar: damos vueltas y vueltas, programados para que la homofilia permita el desencuadre como para abrir discusiones sobre pasado, presente y futuro de las representaciones del sentimiento de ser fantasmas cinematográficos diversos (y después hacer de eso una experiencia física u onírica o no). En fin, hacer lo que se nos canta, como en los musicales, que también hay para que tengan, bailen y repartan. Y aclaro: son más de cuarenta títulos (cortos incluidos) que pueden ver en detalle en la página del Malba, o bajarse el pdf con reseñas completas y separación en secciones (¿o sexiones?).

Abajo el texto introductorio que escribí para el programa, y en este link pueden leer las notas en el último suplemento Soy sobre algunas de las películas de este ciclo auspiciado por la Comunidad Homosexual Argentina. Pronto habrá más novedades.

El deseo cinematográfico todavía se sostiene a partir de una conexión íntima entre las películas y los ojos de espectadores que miran, desde las sombras de la sala, la luz de la pantalla para buscar distintas satisfacciones. Las imágenes mismas conjugan esa luz y esa sombra, como plano y contraplano enredados en cada encuadre, como reflejo del mundo en tránsito que titila múltiple alrededor. En el germen de la identidad del cine como espectáculo social y como estética, pareciera siempre estar acechando, latente, otra escena, un negativo que guarda otras caras dinámicas para revelar nuevas imágenes y sonidos. La posibilidad, entonces, de trazar una historia del cine y la diversidad sexual debería ir directo al corazón de las tinieblas del relato de esos deseos, de esas tensiones, de esa potencia de las identidades móviles entre las miradas y las películas. Eso sólo puede ser un recorrido que tenga cruces, zonas de tránsito, pero nunca paradas y menos puntos de llega; tendría que ser un “ciclo” de cine en un sentido pleno: que sea cíclico, que vuelva a empezar como rollos en loop que se van desgastando, dialogando, modificándose, renombrándose. Un viaje de bifurcaciones por centros y márgenes donde se vislumbre lo monstruoso y lo ordinario, lo cómico y lo solemne, lo camp y lo trágico, lo ridículo y lo correcto, lo mutante y lo estable de ser gay, lesbiana, travesti, transexual, trans, bisexual, intersex y/o indefinida e infinitamente queer. Este ciclo, entonces, buscó las puertas donde abrir las cerraduras más amplias para espiar nuestros deseos en acción. A veces se trata de reconocer el sentimiento diverso como idéntico, otras de verlo desde una perspectiva inédita, deforme, cambiada: no es sólo representar al mundo sexual sino también crearlo. Inventariar lo existente, inventar lo que no existe, aunque también cruzar esos dos carriles para precipitar universos intermedios, porque siempre hay rutas inexploradas para seguir planteando que la diferencia, como la diversidad, vibra y se fuga a veinticuatro cuadros por segundo. Y hay que tener los ojos deseantes para poder ver la estela de ese recorrido.

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