viernes, 10 de junio de 2011

Insert Coin


Elvira se da una vuelta por un local de videojuegos, yira un rato entre las máquinas, los neones, los espejos, los clientes absortos que descargan su energía en botones y joysticks, concentrados frente a las pantallas titilantes. Todavía hoy esa secuencia de En un año de trece lunas (1978), de R. W. Fassbinder, conserva algo mágico, como un breve paseo encantado de cuento de hadas, aunque está filmada con ánimo realista, como una inmersión en la cultura gamer, floreciente a fines de los ’70. Elvira es trans y sobre su cuerpo parece reflejarse todo la potencia luminosa, tornasolada, que despide cada videojuego; tal vez sea Fassbinder el primero en pensar la tecnología de esas máquinas de video, de esos simuladores para jugarse el deseo de ser otro y otra, como posibilidad de proyección y construcción virtual de nuestros géneros. Es probable que esa secuencia flash sea la fecha secreta que inaugura una mutación pensada por el cine: el comienzo de una nueva tecnología audiovisual del cuerpo provocada por la expansiva cultura del videogame. Y si ése fue el inicio, la última y más desbordada expresión es Scott Pilgrim contra el mundo, una aventura cruzada, multipropósito, que se enchufa para cargar la batería de amor por el videogame, expandiendo todo lo posible eso de mutante que funda la adolescencia.

Un poco más sobre Scott Pilgrim en la nota de Soy que se abre acá.

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