domingo, 26 de agosto de 2007

La noche boca arriba


Tras la quinta cerveza, tras la tercera banda, se preparaba El mató a un policía motorizado para asolar el Buenos Aires Club y cerrar, o abrir otras dimensiones, en la noche Dorada Espacial. Lo que hasta ese momento era un pub de mesas y sillas y gente quieta, tenía que convertirse en otra cosa, nosotros lo sabíamos. Agustín M. insistía que no podíamos quedarnos sentados así nomás, y los otros cuatro -Micaela, Guido, Eloisa y yo-, asistíamos un poco incrédulos a la posibilidad de que mesas y gente se corrieran y dejaran lugar al pogo necesario, al descontrol del cuerpo, a la agitación generacional. No importaba, teníamos aliados, no mayoritarios pero aliados al fin: un grupúsculo ya empezaba a pararse pegado al escenario (entre la primera fila de mesas y el escenario había espacio suficiente para que la fiesta fuese de otro modo, sin fijaciones ni quietudes). Eramos pocos pero suficientes para que una franja limitada, una frontera, se transformase en pista de despegue, para que la turba fuese por fin turbina. Entonces, chicos y chicas empezaron a explotar, unos contra otros, con los primeros ruidos de la cuadrilla –Santiago Motorizado, Niño Elefante, Pantrö Puto y Doctora Muerte-, que funcionaban como perfecta descripción de la insurrección: “Ellos chocan sus autos en frente nuestro y esperan la atención de todos, siempre”.
En apenas segundos, el mundo ya estaba patas arriba. El mosh y el stage diving se hicieron regla, pero no bastaba: había que tenerlo todo, había que ser uno solo. Así, los agitadores de siempre, por suerte, hicieron que el revés llegara para eclipsar por fin la trama. El escenario fue tierra de nadie, o de todos. Los desequilibrados arrasaron, y ya nadie quiso ni pudo pararlos. Guido alcanzó el micrófono para perpetrar el grito primario; Agustín y yo tocábamos las cuerdas del bajo junto a otros tantos en la montaña humana sobre Santiago M., que disfrutaba con perfecta sonrisa stoner lo que a esa altura ya era una coda incierta de lisérgicos enroscados en una olla de grillos.
Después algunos preferimos oír los últimos estertores de Prenderte fuego mirando las luces como estrellas, recostados en el escenario con los ojos en el cielo, gigante en el cielo. Apagado el rugido, en el piso del escenario brillaba una tacha desprendida, ¿estrella caída o los vestigios del choque de los camiones de Un millón de Euros?
Ya afuera del escándalo era imposible desacelerarnos; Guido chocó su auto, leve pero sonoramente, contra un colectivo. Combate cumplido.

2 comentarios:

Cadmo von Marble dijo...

Sí, tanta euforia hizo que no viera al colectivo que pasaba por detrás... pero no importaba nada. Demasiado arriba el comienzo de noche, lo que vino después (tuve una cita inesperada con una chica) no estuvo a la altura.
¡Más pogo, hay que buscar más!

Anónimo dijo...

Por suerte para el auto que me transportó antes y después de hacer la combinación con emaupm -que también me transportó, más astrofísicamente-, no cruzamos colectivos ni casi ningún otro vehículo en el viaje de vuelta a la rebautizada (por mí) Ciudad Elmató, a 150 km/h y rodeado de un silencio mentiroso (¿autoestéreo, para qué, después de eso?), porque hasta hace un rato no dejaron de sonarme los oídos con el uooo uooo catártico del final.