miércoles, 12 de diciembre de 2007
Tortolitos
El pasado 8 de diciembre, en el nuevo departamento de Once que coalquilamos con Norberto desde hace unos cinco meses, no armamos ni arbolito navideño ni pesebre. Bah, pesebre no armamos nunca desde que nos conocemos hace casi diez años. Y ese sábado 8, en la maceta de una de nuestras ventanas, se instaló oronda una paloma y puso un huevo. "Es nuestro pesebre", le digo a Norberto. "No puedo creer que vos pienses que a la paloma la envió dios. Es muy fuerte", me responde, sabiendo de mi ateísmo militante. No contesté nada, su respuesta era muy perfecta para arruinarla con una aclaración rápida.
Al otro día, la paloma, que ya había confirmado nuestra aceptación y hospitalidad, puso otro huevo, como sellando la morada definitiva para sus crías. Ahora su nido en nuestra ventana nos tiene expectantes; todos los días encontramos pequeñas sorpresas y si no las inventamos: Norberto me llamó a los gritos ayer porque creyó que habían nacido los pichones, pero era pura alucinación, en parte provocada por uno de los huevos que había cambiado de lugar.
Hoy, por ejemplo, la novedad fue poder ver dos veces la llegada del palomo de visita por el nido, con el mismo exacto plumaje gris que la paloma empolladora. Cada una de las veces que el macho apareció, la hembra se levantó al recibirlo, dejando ver los huevos, como si tratase de mostrar a su pareja la fértil producción doble.
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