La ansiedad me consume: se rumorea que en 2009 Don Mancini dirigirá su segunda película, nada menos que una remake de Chucky, el muñeco diabólico (Child's Play, 1988). Para recordar la ópera prima de este intrépido creador, copio la crítica publicada en El Amante N° 154.
El hijo de Chucky / Seed of Chucky
ESTADOS UNIDOS, 2004, 87’, DIRIGIDA POR Don Mancini, CON Jennifer Tilly, Brad Dourif, Billy Boyd, Hannah Spearritt, John Waters, Redman.
Puede que no exista guionista menos legitimado y menos versátil en Hollywood que Don Mancini, pero el tipo es un héroe de la resistencia. Con excepción de su primer guión, Cellar Dweller (1988), su carrera en cine se reduce a su rol de creador y guionista de toda la franquicia Chucky (Child’s Play, 1988). Don Mancini es, tal vez, una versión berreta de Kevin Williamson, el guionista de la saga Scream. Y debería estar en el libro Guinness como la persona que más en serio se tomó la ridícula tarea de sostener por más de quince años un juego de niños. Y, sin embargo, luego de los fracasos de las partes 2 y 3, Don no claudicó y sacó el muñeco adelante con La novia de Chucky (1998), algo así como una remake pirata de la película camp de James Whale de 1935. Y luego Mancini, en un caso de doble o nada, reafirmó aún más su compromiso con El hijo de Chucky, no sólo como guionista sino también debutando como director de sus juguetes asesinos. Convertida en saga familiera, una forma de serialidad tolerada, esta nueva entrega llega a buen puerto gracias a seguir la lección de Joe Dante en Gremlins (1984) y su secuela: no se puede hacer la Historia sin autodestruirse a cada paso, sin reírse del pasado, sin contar como comedia lo que antes era drama. Y El hijo de Chucky es un juego reflexivo-destructivo-cómico del tipo Matinee (1993) de Dante: el monstruo como centro del universo, que se apropia del sentido y convierte todo en espectáculo deforme que pone en crisis la forma(lidad) de las cosas. En esta película lo más monstruoso es que un hijo no venga con alguna etiqueta genérica, masculina o femenina, y que sea un Glen or Glenda (1953) cualquiera, un mal clon edwoodiano. Algo parecido a una cruza de Bowie/Stardust con el Chris Walken de La leyenda del jinete sin cabeza (1999), ese hijo es aberrante y asusta incluso a sus monstruosos padres cool, ahora devenidos miembros de la gran religión infradotada de Homero Simpson. Por eso el pequeño papel de John Waters resulta de una coherencia extrema: ¿quién si no él hizo del sexo y el género una situación monstruosa para el bienpensante espectador medio (pelo)? El hijo de Chucky, película y personaje, es un juguete mal ensamblado, y ese es su gran aporte crítico a la alta cultura basura. Gracias, Don.
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