Hoy me tocó el primer tachero ramonero de mi vida. Tal vez no haya otro. En realidad me decía que era un ex ramonero, que lo del punk había sido, que fue un berretín adolescente y que ya estaba grande (el tipo andaba por los 50). Nombró a Dead Kennedys, a Sex Pistols, a PIL, pero lo que más le gustó siempre fue Ramones. Fue, dijo. Traté de convencerlo de que volviese, o más bien de que no se puede abandonar al punk fácilmente, que no hay que creer que porque las canciones son relámpagos, vibraciones de aires comprimidos, se eliminan con la primera orina de la mañana sin dejar residuo. Todo lo contrario: no hay efecto residual más denso, que echa raíces profundas en la flora intestinal, que el que se produce entre los que se fumaron la basura punk y les gustó tragar el humo. Le decía esto con palabras más secas, directas, que ahora reescribo en mi resaca para inducir el vómito de otra carta de amor desesperada, cursi, intentando adornar renglones con mi netbook para explicar otra vez el placer visceral de mi romance con Ramones. Pero mis palabras originales trataban sólo de apretar al tachero para que soltara prenda, para que me cuente de su vicio ramonero. Y me habló de un vinilo que tenía en la casa de su madre, que escuchaba cuando era chico. Pura ternura. Me miraba por el retrovisor, el brillo de los ojos cuando recordaba parecía un flash a punto de dispararse. Como le había aclarado que era fanático de Ramones, me preguntó de todo sobre la banda, como si estuviese preguntando sobre un amigo en común que él no veía hace mil y que yo todavía frecuentaba. No sabía que habían venido a Argentina ni que se habían muerto tres; pero sabía las canciones, las había escuchado millones de veces, se notaba de lejos que él también tenía el corazón envenenado por el 1,2,3,4 y las melodías masticables en cohetes directo al infierno. Me despidió con una promesa conmovedora: que iba a buscar el disco, que iba a meter púa de nuevo. Me bajé en la puerta de Niceto, iba a ver a Go-Neko! y a El mató a un policía motorizado. El punk es un viaje de ida.
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