Resultó ser que en el balance del año quedó entre mi Top Ten la película Halloween II de Rob Zombie. La crítica breve que publiqué en su momento incluía la letra de una canción, en ese momento inédita, de 107 faunos, ahora incluida en el disco Creo que te amo, que salió segundo entre los mejores discos del año del suplemento NO, pero en mi lista personal está primero. Abajo, entonces, les copio la crítica, originalmente publicada en El Amante, ahora en versión levemente extendida.
Pabellón psiquiátrico
Ni regodeo gore, ni torture porn ni nada que interfiera o condimente alla moda el horror, en Halloween II hay violencia directa al infierno, esa que asusta a repetición. Esta nueva masacre de Michael Meyer, el enmascarado de las Noches de brujas, tiene una veta slasher brutal hasta lo insoportable; incluso, en varios momentos la película es dolor puro. Cine bien heavy. Golpe a golpe, se hace camino al andar desquiciado, y Rob Zombie sabe que ese trazo grueso merece un grano del mismo calibre: la película está filmada en 16mm, con la emulsión física reaccionando a esa poca luz que queda entre tanta oscuridad. Por eso, la sangre no es roja, es oscura como la brea, lo que crea casi un nuevo subgénero: el gore dark. Pero esta negrura que recorre Meyer se interrumpe por su propio territorio-teatro onírico: imágenes níveas de él mismo y de su madre a caballo como zombies blancos. En un mundo oscuro, lo único que logra iluminar es la mente sucia: la mirada privilegia la inversión deformante, punto de vista perfecto para narrar con la malicia puesta (esa identificación con el monstruo, además, queda claro cuando Meyer se saca su icónica careta: lo que se logra ver de su cara entre sombras es igual a Rob Zombie). A primera vista se puede pensar que es una película psicológica, pero no: es terror psiquiátrico, y tal vez inaugure otro nuevo subgénero (es que Zombie hace películas sub, por debajo de lo que la conciencia estándar percibe como cine). Y sí, finalmente la psicosis (vía cita explícita a Hitchcock) se interna en Halloween II para confundirlo todo en un mismo brote de esquizo-cinefilia, para ser slasher y fantástica indistintamente, para ir en vaivén entre lo masculino y lo femenino (miren la androginia de la protagonista al final y la cita transexual de Rocky Horror Picture Show), para ser el gesto más descentrado de un loco peligroso: en la mente psicótica no hay anclaje posible, hay deriva impura y dura.
De los cinco largos para cine que dirigió Zombie, dos fueron segundas partes de películas propias. Halloween II además es remake, se puede decir que es segunda al cuadrado. Y como se dice, y se repite como frase hecha dogma: las segundas partes nunca fueron buenas. Y Zombie es un especialista en hacer las cosas mal, ese es su metier y ahí se mete sin asco. Un cirujano que sabe que la mala praxis es más incorrectamente aterradora y divertida. Así sea.
La canción que más tarareo por estos días, de esas que se instalan como un insecto zumbón en el cerebro, es una inédita de los 107 faunos, se llama “El jefe de los malos” y esto es todo lo que dice: “Ser el mejor en lo peor toda una misión cumplida. Una obra gigante.” Un himno perfecto para Meyer/Zombie.
Ni regodeo gore, ni torture porn ni nada que interfiera o condimente alla moda el horror, en Halloween II hay violencia directa al infierno, esa que asusta a repetición. Esta nueva masacre de Michael Meyer, el enmascarado de las Noches de brujas, tiene una veta slasher brutal hasta lo insoportable; incluso, en varios momentos la película es dolor puro. Cine bien heavy. Golpe a golpe, se hace camino al andar desquiciado, y Rob Zombie sabe que ese trazo grueso merece un grano del mismo calibre: la película está filmada en 16mm, con la emulsión física reaccionando a esa poca luz que queda entre tanta oscuridad. Por eso, la sangre no es roja, es oscura como la brea, lo que crea casi un nuevo subgénero: el gore dark. Pero esta negrura que recorre Meyer se interrumpe por su propio territorio-teatro onírico: imágenes níveas de él mismo y de su madre a caballo como zombies blancos. En un mundo oscuro, lo único que logra iluminar es la mente sucia: la mirada privilegia la inversión deformante, punto de vista perfecto para narrar con la malicia puesta (esa identificación con el monstruo, además, queda claro cuando Meyer se saca su icónica careta: lo que se logra ver de su cara entre sombras es igual a Rob Zombie). A primera vista se puede pensar que es una película psicológica, pero no: es terror psiquiátrico, y tal vez inaugure otro nuevo subgénero (es que Zombie hace películas sub, por debajo de lo que la conciencia estándar percibe como cine). Y sí, finalmente la psicosis (vía cita explícita a Hitchcock) se interna en Halloween II para confundirlo todo en un mismo brote de esquizo-cinefilia, para ser slasher y fantástica indistintamente, para ir en vaivén entre lo masculino y lo femenino (miren la androginia de la protagonista al final y la cita transexual de Rocky Horror Picture Show), para ser el gesto más descentrado de un loco peligroso: en la mente psicótica no hay anclaje posible, hay deriva impura y dura.
De los cinco largos para cine que dirigió Zombie, dos fueron segundas partes de películas propias. Halloween II además es remake, se puede decir que es segunda al cuadrado. Y como se dice, y se repite como frase hecha dogma: las segundas partes nunca fueron buenas. Y Zombie es un especialista en hacer las cosas mal, ese es su metier y ahí se mete sin asco. Un cirujano que sabe que la mala praxis es más incorrectamente aterradora y divertida. Así sea.
La canción que más tarareo por estos días, de esas que se instalan como un insecto zumbón en el cerebro, es una inédita de los 107 faunos, se llama “El jefe de los malos” y esto es todo lo que dice: “Ser el mejor en lo peor toda una misión cumplida. Una obra gigante.” Un himno perfecto para Meyer/Zombie.
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