jueves, 24 de febrero de 2011

Un montón de nada


Roderick Jaynes no existe. Tal vez ya lo sepan. El tipo que está acreditado como montajista de muchas películas de los hermanos Coen no es nadie. O, mejor dicho, es nadie por dos: son ellos, los Coen. Para ser el hombre que nunca estuvo no le fue tan mal, Jaynes recibió al menos dos nominaciones al Oscar, una por Fargo, otra por Sin lugar para los débiles. No ganó nada. Esta vez, entre las diez nominaciones que obtuvo Temple de acero, se olvidaron de Jaynes. O tal vez alguien se dio cuenta de que era ridículo seguir nominando a alguien que no existe. Un perfecto chiste de los Coen. Un chiste nihilista, perfecto porque nunca tuvo su remate, terminó en la nada. Y por eso, nada podría ser más coherente. Nada. Y de eso trata el cine de los Coen. En un primer intento de hurgar en el archivo visual de los Coen, de esa nada se pondrían extraer varias imágenes ejemplares: la hoja en blanco de Barton Fink o las nieves eternas que borran el paisaje de Fargo. Son válidas como ejemplo hasta cierto punto, porque además de decepcionar por su obviedad, son sólo excepciones de un cine más bien recargado de situaciones, personajes, estéticas. Porque los Coen ya arrastran con una serie de películas que ofrecen bastante, y multiplican demasiado, para sostener tan fácilmente que su recurrencia es la nada: hay comedia lunática, film noir recargado, dramas absurdistas, películas de época, adaptaciones literarias, etc. Pero igual, antes de seguir, conviene diferenciar la nada del vacío, como dos cosas bien distintas. El de los Coen es un cine más bien empachado, al límite de su capacidad, colmado, muy lejano a cualquier vacío; nunca una película de la dupla se exhibe raquítica, despojada. Más aún, incluso en las películas menos interesantes, ambos cineastas saben bien lo que quieren, son muy concretos y opulentos en la creación de su mundo, a todo nivel, empezando por lo minúsculo. Y justo ahí tal vez esté la clave de todo su potencial, de la locura nihilista de los Coen, en la reducción ridícula de todo a lo minúsculo.
Primera parte de mi crítica a la oscarizada Temple de acero de los Coen Bros., publicada en el número de este mes de la revista El Amante.

2 comentarios:

boris dijo...

esta buena la definicion sobre el cine de los coen, pero al fin y al cabo... "in dude we trust"
abrazo

Diego Trerotola dijo...

No puedo estar más de acuerdo: "in dude we trust", cada vez me siento más cerca de él, mucho más cerca. Abrazo, Boris, a ver cuándo nos vemos. Mandame un mail.