jueves, 17 de noviembre de 2011

La punta rosa


Tenía que pasar y pasó: Alejandro Modarelli, que ya había sido co-autor de una inmundicia, ahora hizo la presentación pública de su Rosa Prepucio. Estaba cantado: no hay manera de que las locas no paren hasta convertirse en damas distinguidas de la alta asquerosidad. Ahora, el tal Modarelli insiste con las teteras y otras calamidades que la comunidad glbtiq bienpensante ya dejó atrás, sepultada en un pasado oprobioso, que mejor que no vuelva porque ahora todo está desintoxicado o es diet. Ahora todo es cultura gay, light, zero, no te engorda ni te mata: es una enfermedad crónica e inofensiva. Bueno, si ustedes se hacen cargo de los daños colaterales que les pueda provocar (como rotura de esfínter y quiebre de muñeca, por ejemplo), les dejo para leer el párrafo del comienzo del libro. Si están viciadxs y no se conforman con la punta, porque la quieren toda podrida y adentro, acá pueden leer completo el primer texto, pasando por el suplemento Soy, que también tiene una presentación de María Moreno.

Los restos de orines y de mierda, y como fondo el ruido del tren, avivaban los sentidos de los amantes de paso, que se apareaban contra natura entre las paredes de los retretes. No los detenía el intenso olor; al contrario, el tufo los ayudaba a separarse del mundo cotidiano. Así como los novios o esposos corrientes perfuman sus bendecidos placeres de rosas y jazmines que agonizan en floreros, los aventureros sarasas del baño de la estación cultivaban sobre la roña los capullos de su deseo clandestino.

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