
Me di cuenta de que nunca había leído un
cómic de
El Hombre Araña, y eso era muy raro. Especialmente, porque el personaje siempre me atrajo, desde que lo veía volar en uno de los dibujos animados que más disfrutaba en mi infancia hasta que escuché
la versión de Ramones de la cortina de ese mismo dibujo o la alusión al arácnido en
una de las mejores canciones de Los Planetas. Incluso, me gusta bastante la (por ahora) trilogía de Sam Raimi y su adaptación cinematográfica de las aventuras de Peter Parker y su versión enmascarada (el pico de la saga es la segunda parte y la siempre increíble performance cartoon de J.K. Simmons). Entonces, en los papeles, traté de empezar por una historieta que me gustase: elegí una buena tapa y un gran título,
Night of the Living Ned!, juego de palabras que alude a la película de
George A. Romero de 1968, veinte años antes del
cómic en cuestión (últimamente tengo una
obsesión creciente por el mundo zombie y aledaños). El juego con esa película seminal sobre muertos vivos continúa dentro de la historieta, pero además de la narración
claustrofóbica del primer Romero, dibujos y textos se dan varias vueltas por otros territorios, tantas como es posible en unas pocas páginas
autoconclusivas, aunque el
cómic pertenece a un
crossover. La cuestión es que del terror zombie pasa a la ciencia ficción, de la narración psicológica alucinatoria al género de
superhéroes, de la supremacía por el poder masculino a la
emancipación feminista. Todo en el microcosmos de un departamento de pocos pisos, con una
New York colapsada,
postapocalíptica, y dos personajes perdidos en una acción
mutante que no tiene más lógica que la confusión de los sentidos. Cuando termina, el que parecía ser el Hombre Araña, que hacía las veces de héroe devenido villano, finalmente no es el arácnido de traje casi
azulgrana. Porque al final de la historieta uno se da cuenta de que hay mensaje: que se defiende una realidad que no necesita de
superhéroes; por lo tanto, el
Spectacular Spider-Man que promete la tapa no existe nunca entre las páginas, era sólo producto de una suerte de accidente monstruoso. Terminé de leer el
cómic un poco mareado, pero satisfecho de ese molino de papel que me descolocó con la misma sutileza que
lxs historietistas que más me gustan. Pero como el héroe no aparece, al final me sorprendí volviendo al punto cero de mi aventura, como en un
loop: cuando cerré la revista me di cuenta de que nunca había leído un
cómic de
El Hombre Araña, y eso era muy raro.