lunes, 26 de marzo de 2012

Pizza piola


Fui varias veces a comer a El Palacio de la Pizza, en Corrientes entre Esmeralda y Maipú, y siempre el lujo estuvo a la altura de su nombre, aunque nunca antes, supongo que por distraído, había tenido el inmenso gusto de conocer a la pizza con matambre. Hace unos días, durante la cena, nos presentaron. Así que, ni bien supe de su existencia, me pedí una porcioncita pa'probar, y resultó que el diminutivo se borró y apareció una enormidad: sobre la tradicional porción de muzza (inspiradora) viene una suerte de matambre espiralado, desarticulado (incluso deconstruido, si me permiten la expresión), que adorna el triángulo como una guirnalda para celebrar la fiesta de la pizza como un lugar del vale todo. Fue un gran momento, sorpresivo y delicioso, que sumado a la porción de fugazzeta que también me pedí, resultó ser una dupla bastante imbatible, un doble de básquet que vale triple (post dedicado a Sol Santoro D'Stefano, que me hizo recordar aquel momentum)

miércoles, 21 de marzo de 2012

Pasión camionera


A Tom Neko, que sabe cantarle a la felicidad de robar camiones.

Cameo motorizado. Mi actor secundario preferido de Hitchcock es Murray Alper: ambos trabajaron juntos en tres películas y otros tantos capítulos para la serie de TV del maestro del suspense. En Saboteur (1942) el actor interpreta su mejor papel, un camionero que, sin saberlo, ayuda en su fuga al protagonista, el típico falso culpable de Hitch. Alper tiene apenas unos minutos de diálogo mientras maneja, y cada frase que pronuncia tiene el poder de la sutileza del Hollywood de esa década, como si fuesen palabras sacadas de un film noir perfecto, pongamos Traidora y mortal (Out of the Past, 1947). Locuaz y casi desbocado, ingenioso hasta la crueldad, ordinario como papel de cohete, con un cigarrillo apagado entre los labios mientras habla, el anónimo camionero se queja de su trabajo pero sigue haciéndolo porque “uno de mis vecinos le dijo a mi esposa que es elegante comer tres veces al día”. Acto seguido, el caminero agrega que su esposa gasta guita en sombreros y en el cine, lo que le resulta paradójico porque compra sombreros para meterse en la oscuridad del cine donde nadie se los ve. No lo recuerdo textualmente, igual no podría transcribir ni la velocidad ni la gracia con que lo dice Alper, pero el contenido es ese, y estoy seguro porque la vi un par de veces en cine, aunque no tengo la película en dvd ni pude bajarla, y leí el guión original mecanografiado en Internet que tiene otros diálogos (mi culto por Alper me hace pensar que morcilleó, o sea, metió diálogos de su propia cosecha en esa escena deslumbrante, aunque como una de las guionistas era Dorothy Parker, más lógico es que hayan sido agregados de su autoría). Alper es lo contrario al actor-ganado que Hitchcock prefería arrear, porque siempre parece un poco indomable, incluso caricatural (nunca caricaturesco), algo fuera de registro. Sea como sea, Murray Alper es mi pócima personal contra la solemnidad: a veces, cuando una película se pone ploma, pesada por sus pretensiones, alucino con un cameo del actor que irrumpe con su camión en cualquier escena, incluso en el living de una casa, en un barco o en el siglo XVIII, para arrollar todo vestigio artístico institucional, toda elegancia milimétricamente especulativa, todo prestigio de diseño (Thelma Ritter funciona de la misma manera en mi imaginación, como una hechicera que combate películas plomíferas). Cuando vi Drive pensé que Alper aparecía a todo trapo para llevarse puesto al silencioso doble (¿o triple?) chofer profesional, para aplastarlo con su actuación con acoplado, para trompearlo con su violencia parlanchina. Murray Alper vs. Ryan Gosling, un duelo motorizado digno de Carrera contra la muerte (Cannonball!, 1976); o mejor, Alper vs. Nicolas Winding Refn, el director danés que se compró un sombrero nuevo para estrenarlo al dirigir su primera película en Estados Unidos.

Primera parte de la nota en contra de Drive, publicada en el número 237 de la revista El Amante/Cine, ahora digital.

viernes, 16 de marzo de 2012

Piss off


El piso del Zaguán Sur transpiraba cerveza y cada pogo era un peligro porque cualquier resbalón significaba pasar a ser la alfombra roja de una manada (yo era parte de ella) que saltaba embravecida las canciones de Javi Punga, 3 pecados o Santiago Motorizado que nos hacen pisar el acelerador hasta quedar ciegos por el vértigo. No importaba, estábamos ahí para hacer el aguante a cualquier melodía o ruido que hiciera latir nuestra molotov interior. La jauría tiró parlantes varias veces, el fervor se medía en grados de demolición. En los intervalos, entre banda y banda, salíamos a respirar a la calle y a tomar impulso para el próximo trampolín que proponía el Festipulenta edición cuadruplicado. Era un ritual del fin del verano que nos debíamos, la misa pagana que prende fuego toda la ciudad como una quema ceremonial de cierre de temporada.
En una de esas enfilo para el baño del Zaguán. Adentro un chico que parecía de veintipocos, estaba frente al espejo con una remera de The Clash que reproducía, estampado negro sobre tela roja, la tapa del disco de 1977. Cuando le doy la espalda para pasar, el pibe lee The Clash en letras blancas en la espalda de mi remera negra con una estrella roja en el frente. Mientras descargo en el mingitorio me cruzo con su mirada y me saluda; todo parecía ser un levante, sobre todo cuando el pibe me dice: "La estamos clashiando los dos". El tenía el pelo cortado con máquina a un milímetro, cara de nene, flaco con la remera al cuerpo y usaba chupines negros: no era mi tipo. Yo, pelo largo, obeso, bermudas y ojotas creo que era casi su opuesto perfecto. Le respondí con un sí seco pero que no quería ser apático porque me caía bien. Al menos hasta que insistió con el diálogo, aunque ya no parecía un levante sino una charla ideológica de fraternidad punk: "Antes me gustaba Sex Pistols pero crecí y ahora me gusta The Clash." Lo miré sin desaprobación y le dije sin ganas de confrontar: "A mí todavía me sigue gustado Sex Pistols". Guardé la japi, me despedí y me fui del baño. No tengo nada contra quienes les deja de gustar Sex Pistols o simplemente siempre les pareció una mierda; es más, podría aceptar que es una banda descartable para alguien aunque ahora no esté de acuerdo. Pero sí me causan casi repulsión las personas que dicen haber crecido y pretenden seguir manteniendo los ideales punk. ¿Crecer? Tal vez sigan creciendo y algún día les guste Diego Torres y se pinten la cara color esperanza, qué sé yo. Decir "crecer" para tildar ciertos gustos como primitivos es lo más anti-punk que conozco. Punk es estar siempre abajo, dejarse caer al pozo más ciego, no salir de ahí aunque sea tentador mirar desde arriba o desde la madurez porque da algún tipo de prestigio. Punk es ser chico siempre, como Bill Watterson y su Calvin & Hobbes que se retiraron antes de haber crecido o de que el trazo del pincel que los unía dejase de ser libre o de que la mercadotecnia fabrique cartucheras con la imagen de Calvin para ir a la escuela (miren los pelos del malaprendido Calvin y digan si no es un muchacho punk). Lo puso claro Joe Strummer, un héroe cuando el punk explotó a fines de los 70 que después bajó hasta tocar fondo: "from hero to zero", como dijo el cantante de The Clash en el rockumental Let's Rock Again, donde se registra a él mismo como un anónimo planfetero en sus últimos días, repartiendo en la calle los flyers de sus recitales que nadie acepta. Punk es vivir siempre remándola de nuevo, salir a la calle y estar en la peor, que te tape la mugre y, sobre todo, resistirse a crecer, a no ser que se eche raíces en un tacho de basura y te rieguen con pis de perro con sarna.

lunes, 12 de marzo de 2012

Vulnavia Bis


Eramos pocxs y parió la historieta. Ahora, además del personaje de mi culto personal, Vulnavia, ayudante del Dr. Phibes, a quien está dedicado este blog, hay una homónima, que recién ahora descubro a través de Google. Esta Vulnavia es personaje de cómics y apareció por primera vez el 6 de junio de 2008, después de que este blog comenzara a existir, lo que implica que no fuera invocada en el momento del origen, pero ahora la incorporamos a nuestra propia lógica onmívora, porque la tocaya es una aliada nata de nuestro objetivo anarcótico; si no miren la imagen arriba, esa hombrera en forma de bestia que escupe un brazo es de una elegancia macabra, la misma que esperamos de personas cómplices de nuestra malevolencia. Además, me informo que Vulnavia, según la mitología nórdica del cómic, es vikinga, fue criada por Odín y se convirtió en valkiria. Es hermana de Vandala y media hermana de Lady Death, reina del infierno. Pero por sobre todas las cosas, su característica principal es ser "eterna", o sea, invencible. La historieta original fue editada por Chaos! Comics antes de su bancarrota y el personaje fue creado por el guionista Brian Pulido y el dibujante Steven Hughes. Eso, nada más, quería volver de mis dos meses de ausencia sin aviso con una buena noticia: las Vulnavias nos multiplicamos para expandir nuestro poder destructivo, asolador. Cada vez somos más y más terribles. Estén alerta, porque el 2012 viene con mala fama.