viernes, 16 de marzo de 2012

Piss off


El piso del Zaguán Sur transpiraba cerveza y cada pogo era un peligro porque cualquier resbalón significaba pasar a ser la alfombra roja de una manada (yo era parte de ella) que saltaba embravecida las canciones de Javi Punga, 3 pecados o Santiago Motorizado que nos hacen pisar el acelerador hasta quedar ciegos por el vértigo. No importaba, estábamos ahí para hacer el aguante a cualquier melodía o ruido que hiciera latir nuestra molotov interior. La jauría tiró parlantes varias veces, el fervor se medía en grados de demolición. En los intervalos, entre banda y banda, salíamos a respirar a la calle y a tomar impulso para el próximo trampolín que proponía el Festipulenta edición cuadruplicado. Era un ritual del fin del verano que nos debíamos, la misa pagana que prende fuego toda la ciudad como una quema ceremonial de cierre de temporada.
En una de esas enfilo para el baño del Zaguán. Adentro un chico que parecía de veintipocos, estaba frente al espejo con una remera de The Clash que reproducía, estampado negro sobre tela roja, la tapa del disco de 1977. Cuando le doy la espalda para pasar, el pibe lee The Clash en letras blancas en la espalda de mi remera negra con una estrella roja en el frente. Mientras descargo en el mingitorio me cruzo con su mirada y me saluda; todo parecía ser un levante, sobre todo cuando el pibe me dice: "La estamos clashiando los dos". El tenía el pelo cortado con máquina a un milímetro, cara de nene, flaco con la remera al cuerpo y usaba chupines negros: no era mi tipo. Yo, pelo largo, obeso, bermudas y ojotas creo que era casi su opuesto perfecto. Le respondí con un sí seco pero que no quería ser apático porque me caía bien. Al menos hasta que insistió con el diálogo, aunque ya no parecía un levante sino una charla ideológica de fraternidad punk: "Antes me gustaba Sex Pistols pero crecí y ahora me gusta The Clash." Lo miré sin desaprobación y le dije sin ganas de confrontar: "A mí todavía me sigue gustado Sex Pistols". Guardé la japi, me despedí y me fui del baño. No tengo nada contra quienes les deja de gustar Sex Pistols o simplemente siempre les pareció una mierda; es más, podría aceptar que es una banda descartable para alguien aunque ahora no esté de acuerdo. Pero sí me causan casi repulsión las personas que dicen haber crecido y pretenden seguir manteniendo los ideales punk. ¿Crecer? Tal vez sigan creciendo y algún día les guste Diego Torres y se pinten la cara color esperanza, qué sé yo. Decir "crecer" para tildar ciertos gustos como primitivos es lo más anti-punk que conozco. Punk es estar siempre abajo, dejarse caer al pozo más ciego, no salir de ahí aunque sea tentador mirar desde arriba o desde la madurez porque da algún tipo de prestigio. Punk es ser chico siempre, como Bill Watterson y su Calvin & Hobbes que se retiraron antes de haber crecido o de que el trazo del pincel que los unía dejase de ser libre o de que la mercadotecnia fabrique cartucheras con la imagen de Calvin para ir a la escuela (miren los pelos del malaprendido Calvin y digan si no es un muchacho punk). Lo puso claro Joe Strummer, un héroe cuando el punk explotó a fines de los 70 que después bajó hasta tocar fondo: "from hero to zero", como dijo el cantante de The Clash en el rockumental Let's Rock Again, donde se registra a él mismo como un anónimo planfetero en sus últimos días, repartiendo en la calle los flyers de sus recitales que nadie acepta. Punk es vivir siempre remándola de nuevo, salir a la calle y estar en la peor, que te tape la mugre y, sobre todo, resistirse a crecer, a no ser que se eche raíces en un tacho de basura y te rieguen con pis de perro con sarna.

1 comentario:

Ignacio dijo...

Recuerdo haber pegado un sticker en la parte de atras de la puerta de ese baño: "168, la máquina de hacer café". Parece ser que alguien lo arranco.