miércoles, 21 de marzo de 2012

Pasión camionera


A Tom Neko, que sabe cantarle a la felicidad de robar camiones.

Cameo motorizado. Mi actor secundario preferido de Hitchcock es Murray Alper: ambos trabajaron juntos en tres películas y otros tantos capítulos para la serie de TV del maestro del suspense. En Saboteur (1942) el actor interpreta su mejor papel, un camionero que, sin saberlo, ayuda en su fuga al protagonista, el típico falso culpable de Hitch. Alper tiene apenas unos minutos de diálogo mientras maneja, y cada frase que pronuncia tiene el poder de la sutileza del Hollywood de esa década, como si fuesen palabras sacadas de un film noir perfecto, pongamos Traidora y mortal (Out of the Past, 1947). Locuaz y casi desbocado, ingenioso hasta la crueldad, ordinario como papel de cohete, con un cigarrillo apagado entre los labios mientras habla, el anónimo camionero se queja de su trabajo pero sigue haciéndolo porque “uno de mis vecinos le dijo a mi esposa que es elegante comer tres veces al día”. Acto seguido, el caminero agrega que su esposa gasta guita en sombreros y en el cine, lo que le resulta paradójico porque compra sombreros para meterse en la oscuridad del cine donde nadie se los ve. No lo recuerdo textualmente, igual no podría transcribir ni la velocidad ni la gracia con que lo dice Alper, pero el contenido es ese, y estoy seguro porque la vi un par de veces en cine, aunque no tengo la película en dvd ni pude bajarla, y leí el guión original mecanografiado en Internet que tiene otros diálogos (mi culto por Alper me hace pensar que morcilleó, o sea, metió diálogos de su propia cosecha en esa escena deslumbrante, aunque como una de las guionistas era Dorothy Parker, más lógico es que hayan sido agregados de su autoría). Alper es lo contrario al actor-ganado que Hitchcock prefería arrear, porque siempre parece un poco indomable, incluso caricatural (nunca caricaturesco), algo fuera de registro. Sea como sea, Murray Alper es mi pócima personal contra la solemnidad: a veces, cuando una película se pone ploma, pesada por sus pretensiones, alucino con un cameo del actor que irrumpe con su camión en cualquier escena, incluso en el living de una casa, en un barco o en el siglo XVIII, para arrollar todo vestigio artístico institucional, toda elegancia milimétricamente especulativa, todo prestigio de diseño (Thelma Ritter funciona de la misma manera en mi imaginación, como una hechicera que combate películas plomíferas). Cuando vi Drive pensé que Alper aparecía a todo trapo para llevarse puesto al silencioso doble (¿o triple?) chofer profesional, para aplastarlo con su actuación con acoplado, para trompearlo con su violencia parlanchina. Murray Alper vs. Ryan Gosling, un duelo motorizado digno de Carrera contra la muerte (Cannonball!, 1976); o mejor, Alper vs. Nicolas Winding Refn, el director danés que se compró un sombrero nuevo para estrenarlo al dirigir su primera película en Estados Unidos.

Primera parte de la nota en contra de Drive, publicada en el número 237 de la revista El Amante/Cine, ahora digital.

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